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domingo, 26 de enero de 2014

R~

Viniste cuando más falta hacías. Un regalo caído en el momento justo. En el mes que siempre quise. Naciste como te imaginaba y estás creciendo según idee. Es una sensación maravillosa. Acertar intuyendo. Pálpitos que se convierten en certezas. Como si ya te conociera antes de nacer.  Después de tus padres, fui la primera en verte. Busqué tus ojos y te observé anonadada. No me terminaba de creer que ya estuvieras ahí. Tía, con 18 años, ¿en serio?. Qué torpe me sentía. Insegura como casi siempre. Te arropaba con la manta mientras te alimentabas, casi sin tocarte. Qué frágil parecías. Qué chiquitín. Qué indefenso. Qué vulnerable. Qué responsabilidad. Desde el primer momento captaste mi atención y desde entonces soy incapaz de quitarte la mirada. No te puedes imaginar lo que te llegamos a querer, enano.


¿Sabes?  Sé que no eres consciente de ello, quizá algún día, cuando seas más mayor, te lo cuente o, tal vez, no. Ya se verá. Aún queda mucho para que crezcas. La cuestión es que nos haces felices. Puede que yo necesitara algo así en mi vida, pero estoy segura de que tu mamá y tu papá sí lo necesitaban. No te puedes hacer una idea lo que han luchado por traerte a este mundo. 



¿Sabes qué, también?. A lo mejor son mis ganas, pero nos parecemos en muchas cosas. Al igual que en tu caso, antes de mí había otro bebé que se estaba formando pero que no pudo nacer. Y una vez que estábamos a punto de salir, casi no salimos. ¿Qué te parece?. Pero no somos de rendimos ¿verdad?. Teníamos que estar en este mundo.


Además, siento que me entiendes cuando nos miramos. Veo tus gestos y no puedo evitar sonreír. Conozco cada una de tus expresiones. Cuando ves algo nuevo y lo observas con tus ojos profundos, intentando descifrar ese mensaje que aún no entiendes. Cuando alguien con quien no tratas a diario se te acerca y le frunces el ceño, apretando la boca. Cuando te ausentas del mundo con tu mirada perdida que parece buscar respuestas. Cuando nos ponemos frente al espejo y miras con cara de sorpresa. Cuando me acerco a ti hablándote con voz estúpida de tía enamorada de su sobrino y te pones nervioso, agitando las piernas, moviendo los brazos y haciendo ruidos con la boca como si quisieras decirme algo. Cuando te digo lo adorable que eres y me sonríes y después me apartas la mirada de la vergüenza que te da y una vez que dejo de hablarte, me vuelves a mirar. Cuando los demás no te dejan dormir y me acerco sigilosa a tu carro, te acaricio la tripa o agarras mi dedo, te miro a los ojos e intento trasmitirte la paz que tú me provocas. Cuando te canto, te susurro o simplemente te miro. No tienes pinta de ser muy hablador. Creo que nos entendemos bien con las miradas. Eres de los míos. Y después de eso, caes rendido y te duermes con esa cara de angelito. ¿Cómo una cosita tan pequeña me puede hacer sentir tan grande?. Y te observo desde ahí, desde arriba, y pienso en la envidia que me das. Cuánta pureza. Cuánta inocencia. Cuánta belleza reúnes en ese momento. Qué bonito todo lo que provocas sin querer. Cuánta felicidad repartes. Me encanta ver así a tu abuela. Tú existencia es la mejor terapia. Se la ve contenta, ¿sabes?. Con ilusión. Hacía tanto que no la veía así… Años. Y a mí me hace sentir mejor. El mundo parece menos malo desde que tú formas parte de él. Y bueno, a tu tío… perdónale porque no sabe lo que hace. Parece siempre el más inmune pero estoy casi segura de que es solo fachada y de que es el que más trato necesita. Y nuestra familia… bueno, es distinta, complicada, no será la ideal pero te aseguro que todos te queríamos aquí. La psicología te hace juzgar mucho menos y reflexionar mucho más.


El primer texto que escribo llorando, ¿te parecerá bonito?. Ni los chicos de los que me he enamorado lo han conseguido. Pero claro,  es que detrás de ti hay tanta historia… Podría escribir un libro solo de esto.


Y ahora que no me entiendes, voy a aprovechar para decirte que siempre voy de tía dura (y ahora más que ya es un título oficial) pero contigo se me desbordan los sentimientos. Eres increíble. ¡Hasta el llanto lo tienes bonito!. También quiero decirte que no me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi vida, pero sé que si algún día te fallara no me lo perdonaría. Eso seguro. Desde el primer día estuve a tu lado y lo pienso estar hasta el último. Me da igual lo que tenga que dejar por el camino, pero de ti no me alejo ni aunque me obliguen. Quiero hacer las cosas bien contigo. Y las voy a hacer. Cueste lo que cueste. Sé que saldrá bien. Sé que nos entenderemos. Sé que confiaremos el uno en el otro. Voy a estar siempre ahí, te lo juro.

sábado, 25 de enero de 2014

Utopía

A esta situación deseaba llegar cuando decía que buscaba otras pieles porque ninguna me dejaba satisfecha. Contigo he logrado la sensación que estaba empezando a dar por utópica. No necesito (que no es lo mismo que decir que no deseo) otros brazos, ni otras manos, ni otros labios, ni otra lengua ni otro... ni nadie más. ¿Para qué?. Sé que estás dispuesto a todo. Sé que lo que se me pase por la cabeza lo harás. Sé que cumplirás mis fantasías, sean como sean. Sé que te atreverás. Sé que no me dirás que no a lo que se me antoje. Sé que siempre querrás más. Sé que estoy en tu mente, en tus días, en tus noches, constantemente me paseo por ahí, y casi siempre desnuda. Sé que estoy dentro de ti y viceversa. Tu imperfección es perfecta. Perfecta para no enamorarme de ti. ¿Por qué?. Porque te veo defectos y cuando los veo no entro en la fase previa a la del amor, el enamoramiento. Es perfectamente imperfecto. 

Intento explicarle a alguien lo nuestro, lo tuyo y lo mío, y no puedo. No sé cómo hacerlo. Para mí es... distinto. Único. Especial. Irrepetible. Con sentido pero absurdo a la vez. Desconcertante. Divertido. Atractivo. Fuera de lo común. Clandestino. Peligroso. Excitante. Morboso. Raro. Adictivo.

 

Me encantas en la intimidad. En el asiento trasero de un coche. En un baño. En una habitación. Cuando te tengo para mí. Cuando eres mío y yo tuya. Cuando el mundo desaparece pues la sociedad me estorba. Cuando soy yo sin miedo al qué dirán. Cuando me tocas. Cuando me susurras. Cuando me pides. Cuando te ruego. Cuando quieres. Cuando quiero. Cuando te beso. Cuando me comes. Cuando pasas de caballeroso a perverso. Cuando me sonríes. Cuando me haces imaginar. Cuando te digo que cierres los ojos y tú que te mire, todo el rato, que no aparte mis ojos de ti, que quieres ver cómo mi cara dibuja las sensaciones que vas provocando. Cuando te controlas. Cuando me controlo. Cuando no se puede. Cuando la química sobrepasa el raciocinio. Cuando la pasión se vuelve insumisa. Cuando somos exclavos de ella. Cuando nos interrumpen sin saberlo. Cuando nos reímos. Cuando mezclas palabras bonitas y sucias. Cuando me dejas boquiabierta. Cuando pellizcas y luego acaricias. Cuando estás desatado. Cuando ya no puedes obecerme y quieres que lo haga yo. Cuando bajo sábanas intercambiamos los papeles que desempeñamos fuera de ellas. Cuando mandas. Cuando dominas. Cuando le haces el amor a mi cuerpo pero, sobre todo, a mi mente.




Recordemos el trato: nos cuidamos, nos respetamos, nos descubrimos, nos ayudamos, nos divertimos y nos foll... contamos las cosas. Pero no más. Hasta ahí. ¿Firmas?.

sábado, 18 de enero de 2014

Un baño relajante (relato erótico)

El sonido de la ducha captó su atención y no pudo reprimir el impulso de asomarse al baño. Con la puerta entreabierta y la mitad del rostro fisgando tras ella, fijó la mirada en la figura femenina situada bajo el grifo que, inocentemente, había dejado sin cubrir con la cortina la mitad de su cuerpo. Con las pupilas dilatadas y la bragueta contraída, seguía con el ojo esa mano que bajaba hasta los pies y los enjabonaba, después subía a los tobillos, a los gemelos, despacio, casi a cámara lenta, al mismo ritmo al que él se estaba desnudando. Los pantalones iban bajando y la esponja subiendo. La camiseta se rendía al suelo. El agua tibia se derramaba por su cuerpo, desvistiéndolo del jabón que lo cubría. La erección ante aquella estampa tan descarada y sutil, a la vez, era inevitable. Se desprendió finalmente de los calzoncillos que le aprisionaban el miembro viril y cuya curiosidad se manifestaba en los intentos por echar un vistazo también tras esa puerta misteriosa. Gotas suicidas se precipitaban por sus senos, saltando al vacío desde los pezones. Sin darse cuenta, tenía la mano en el pene y lo estaba tocando lentamente. Ella pasaba la mano por las curvas de su cuerpo para dejarlo perfectamente impoluto. Cogió el albornoz y salió de la ducha, dirigiéndose hacia el espejo, situado en frente de la puerta. De pronto, apareció tras ella un hombre desnudo que penetraba su mirada a través del espejo y que se iba acercando sigilosamente hacia ella. Perpleja ante aquella situación inesperada, se limitaba a observar la escena en el reflejo. Unas manos masculinas agarraban el filo de su albornoz, dejando al descubierto sus hombros y cayendo después por la espalda hasta alcanzar el suelo. Con la polla entre sus labios inferiores, deslizándose húmeda y firme, y las manos agarrando con fuerza sus pechos, recorría su cuello, hombros y espalda con suaves besos y mordiscos. Una de las manos bajaba por su vientre hasta el clítoris, cuyo roce le provocaba una agitación de la respiración inmensurable. Se estaba derritiendo en sus dedos. Él lo sabía y se excitaba más aún. El vapor de la ducha se juntaba con el calor de sus cuerpos y empañaba el espejo, apenas se podían ver con precisión. Soltó su pecho y pasó el antebrazo por el cristal; necesitaba ver su cara cuando la estuviera follando. 
 

Acercó la boca a su oído y le susurró cómo se lo iba a hacer, muy despacio, suave y brusco a la vez, para dejar que las palabras retumbaran en su subconsciente y la hicieran palpitar. Primero lo imaginaría y luego lo viviría. Segundos después estaba notando cómo se adentraba en ella hasta llegar al fondo. Su expresión era un poema. Moviendo su cintura, recorriendo su interior, provocando el movimiento incontrolado de sus pechos. Ella jadeaba mirándole fijamente al espejo. El objetivo era que jamás pudiera borrar de su mente esa mirada, la cual tenía que invadir su pensamiento cuando estuviera solo y, también, cuando estuviera con otras. Ese hombre la estaba poseyendo frente al lavado y estaba a punto de correrse. La excitación rozaba su límite. Se sentía tan limpia y tan sucia a la vez... Gozaba con esa sensación. Al fin un gemido retumbó en el silencio de aquel cuarto de baño y, a continuación, un gruñido placentero al eyacular sobre su cachete. Ambos cuerpos se hallaban sobreexcitados, sudorosos, jadeantes, sofocados y abatidos, intentando apagar el fuego que se había desatado en ellos minutos atrás. 

viernes, 17 de enero de 2014

Pablo Hasél

Como quiero escribir pero me falta inspiración, me aprovecharé de la de otro para publicar una entrada. 



Pablo Hasél es un poeta y rapero del que solo escucho su parte sentimental, dejando a un lado su ideología (algo que ocupa la gran parte de sus creaciones). Puesto que es alguien a quien escucho constantemente, que me inspira y que me hace sentir bastante, me gustaría publicarlo en mi blog, y así quien quiera lo puede conocer. Le descubrí por casualidad en Youtube y desde entonces no he dejado de escucharle y de seguir todo lo que hace. Os dejo las frases que más me gustan de sus canciones y poemas, y en un tamaño mayor, la mejor frase que he oído en mi vida, sencillamente perfecta:

“El alba es la antesala de todos mis remordimientos y me paga las entradas a vacíos desconciertos” (Tristezas, misterios y pretextos…)

“Miénteme y dime que tiene sentido esto. Patrocina mi secuestro. Me presto a ser tu rehén” (El lugar donde me atrevo a decir que estoy bien)

“Ya puedes contarles que te escribí poemas, creerte importante por formar parte de mi tristeza”; “Ódiame sin piedad por haberte ayudado, por escucharte sin pensar con el nabo”; “Estoy destrozado pero eso qué te importa. No eres especial, solo otra derrota” (No me mereces)

"No necesito seducirte. Tus recuerdos de mí lo harán" (Lo que me temía)

“Qué impotencia da de intentar que ardas y conseguir apenas unas chispas que me apagan” ; “Tal vez me toca irme a mí pero tengo miedo de ver que aún harías menos de lo que creo” (Nunca te tendré)

“Me muero de desgana cuando tengo ganas de verte”; “Yo solo te pido que raciones el olvido”; “Nunca pude tener celos, nunca, porque ninguno de ellos estaba a mi altura, así que procura resucitar a Neruda y enamorarlo e igual entonces empiezo a tener dudas”; “Cambiaría 10 años de mi vejez por uno ahora, siendo la banda sonora de tu anochecer” (Nunca tuve celos

“Por una vez que hago algo bien y acaba mal. Si no me sabes querer no me vuelvas a llamar. Si te vas al menos no seas posesiva, no insinúes ni de coña que puedes ser mi amiga”; “Toma mi soledad para que nunca te sientas sola”; “Ayer me agregó otra intentando seducirme. No es que vacile, es que es la realidad. ¿Sabes?. ‘Te ayudaré a olvidar’, decía y era monísima la chica, pero el olvido no se apellida ‘vagina’ y soy poco sociable” (Dime que no has sido un espejismo

“Es lo último que te escribo a no ser que te lo ganes. Estoy llorando perdido, recordando nuestros planes”; “No hay clímax en mi rima si no te la recito encima” (Otra canción para ti)

“ ’Insomnio’ es sinónimo de pensar en ti y viceversa”; “Cuántas noches escribí los planos de mi huida y al amanecer los cambié por tu sonrisa fugitiva. Callándome los ‘no te marches, por favor’ por saber que te cansarás de la inestabilidad de mi calor”; “Llevo tantas horas despierto que necesito estar pegado a las manos que dan algo bonito”; “Igual no soy el que más alegría pueda ofrecerte pero te juro por mi tristeza que te sentiré hasta la muerte”; “Mucho me temo que seré un desastre al final, yo sé poco más que narrar lo que te llego a amar” (Ayúdame a dormir)


Por útlimo, os recomiendo tres poemas suyos de los cuales no he podido seleccionar frases concretas porque me parecen ideales de principio a fin: 

Ya no

Nunca más amaneceremos juntos

Y preguntarte...

Su blog es -> http://eltrancedelidealista.blogspot.com.es/

martes, 14 de enero de 2014

Friends?

No puedo. Me agota tener que sacarte las palabras, pelear cada día por subir tu autoestima, luchar por hacerte más optimista, tirar de los dos. Me pesan las decepciones en los ojos, mis ojeras son la prueba. Y ni con esas consigo bajar la línea donde reposan mis expectativas contigo. Créeme que me gustaría que todo fuera distinto. Pocas veces lo he intentado con tantas ganas, con tanta entrega, con tanto tiempo, con tanta paciencia... Pero no hay manera. No creo que esto tenga remedio. ¿Una pareja feliz y corriente?, no creo que podamos serlo. Hace más de dos años que nos conocemos, y la mitad de ese tiempo hemos estado juntos. Y aunque te haya tenido, mi mayor reto ha quedado pendiente. Y me jode. Me duele verte así, saber que estás mal, y no conseguir ayudarte. Me siento tan inútil, es tan frustrante... sobre todo, sabiendo lo que estudio. Solo sé que mis esfuerzos han sido en vano. A veces, querer no es poder. Cuelgo la medalla de mi orgullo y me rindo. Hay batallas que no se pueden ganar ni con el mejor armamento.

Y ahora que la relación se rompe, ¿cómo se supone que hay que seguir?. Soy de las que piensan que para dejar de querer alguien tienes que echarle de tu vida. Es fácil decirlo, pero no cumplirlo. Un eterno debate. "Le quiero, he compartido cantidad infinita de momentos a su lado, he estado con él durante X tiempo, ha sido fundamental en mi vida, ha sido tan especial...". El problema es querer que esa persona siga en tu día a día y tratar de olvidarla. El olvido y la compañía no hacen buenas migas, al menos eso me dice la experiencia. ¿Se puede pasar del amor a la amistad?. Tampoco lo he creído hasta ahora. Quizá tú seas la excepción. Sería bonito...

No sé si me acostumbraré a despedirme con un beso escrito, en vez de con uno dado. Me cuesta confiar en que algún día te haya olvidado, y el pasado se quede atrás, guardándose con él los sentimientos que tuve hacia ti. Tal vez consiga verte como un amigo y no como mi exnovio. A lo mejor podamos, no estando juntos, estar juntos sin hacernos daño. Yo lo voy a intentar, ¿y tú?.

domingo, 12 de enero de 2014

Simulacro de poema


Con Hasél en los cascos y tu ausencia en mi pecho,
mirando al techo,
pensando en ti, abriendo mi herida, extrañándote,
preguntándome por qué, qué hacer con mi vida, si esto es el fin.

El corazón bombeando nostalgias, los labios respirando suspiros,
la mente vomitando recuerdos, los dedos descifrando latidos.
Otra madrugada presa del insomnio,
soñando con soñar bonito, 
pero para ello tu piel necesito, 
y no tiene pinta de que la vaya a tener, 
otro deseo efímero que se añade
a la lista eterna de perdidas oportunidades,
de anhelos del ayer.

Dónde guardar los besos que nunca nos dimos,
las historias que viviendo, no vivimos,
la felicidad que a plazos pagamos,
las risas y las caricias de media noche,
incluso los reproches.
Echaré de menos todo lo que nos hemos dado,
tanto lo bueno como lo malo.

Si te vas, no seas egoísta,
déjame al menos tu soledad para sentirme acompañada,
préstame una arista de los abrazos poliédricos que me regalabas,
no soy demasiado lista, 
pero sí lo suficiente para entender lo que significa perderte,
y con ello, perdernos, y perderme, después...

Un nudo en la garganta me impide decirte esto,
estoy desangrándome por dentro,
y por si fuera poco, 
mi instinto masoquista y este poema loco
me guían a indagar en la cicatriz,
profundizando en la llaga, pues yo no la curo con alcohol etílico
sino con un poema idílico que coloca cual barniz.

Si pudiera volver al principio, esos primeros meses,
a aquellos dos que fuimos, 
a las primeras veces,
a las noches enteras hablando,
y las madrugas con resaca de ti, de tus palabras,
de lo que nos dijimos,
de lo que ya no queda nada,
tan solo mi cuerpo temblando
y mis manos reviviendo en brazos de un teclado
a un corazón afligido, derrotado.

miércoles, 8 de enero de 2014

Que no haya un buen motivo para quedarse, es un buen motivo para irse

Incrédulo, volvió a restregarse los ojos. Los abrió grandes en un primer momento y después los achinó para fijar su foco de atención y percibir con mayor claridad aquella imagen que se le presentaba en la distancia. Una chica paseaba por la calle con ritmo pausado pero firme. Salió corriendo disimuladamente. Necesitaba saber si era ella. Cuanto más se encogían los metros, más se dilataban las pupilas. Un pálpito le daba una respuesta afirmativa. El sol le impedía ver su rostro con perfección, pero los reflejos rubios descubrían su cabello. La duda se volvió certeza. Cinco años después, se encontraba frente a esa chica que nunca le dio la espalda. Cada vez estaba más cerca. El pasado se iba a hacer presente en un futuro inmediato. Un par de metros les distanciaban. Los nervios afloraban. ¿Cómo saludarla?. Su cabeza saturada de soluciones inexistentes le impedía avanzar. La voz no le salía. Las manos le sudaban. Las piernas le temblaban. Optó por hacerse notar para que le viera. Pero nada, ella iba tan sumergida en su mundo como siempre. Quién sabe lo que andaría pensando... Decidió seguir su instinto y actuar como le saliera de dentro. Pasó por su lado acariciándole la cintura y mirándola inmediatamente, buscando su mirada, para que no se sobresaltara y se sientiera cómoda. La chica se giró extrañada y se encontró con el que había sido el amor de su vida cuando era una cría. ¿Por qué el destino se empeñaba en meterle en su vida? Por primera vez desde que le conocía no le saludó con una sonrisa. Él sintió un pinchazo en el estómago, o quizá algo más arriba, pero el simple hecho de pensarlo le rompía los esquemas, y para permitir tal sensación, había que ser muy valiente. Él, por primera vez también, la saludó sonriendo. Los papeles parecían invertirse. Se lanzó a darle dos besos y a iniciar la conversación. Ella seguía confusa. ¿Por qué se comportaba así con ella?. ¿Por qué no dejarlo pasar como tantas veces? ¿Por qué no obviar la realidad? Su subconsciente traicionero le ayudó a pedirle algo que nunca se había atrevido: la conversación que tenían pendiente desde hacía casi una década. 

- ¿Tienes prisa? Me gustaría hablar contigo un rato, 
tranquilamente, a solas, saber qué es de ti, cómo te va, qué estás haciendo en tu vida... Ha pasado tanto tiempo... 
-  Demasiado... - un nudo se adueñaba de su garganta.

Él buscaba la mirada de aquella niña de antaño que le habría dicho que sí a cualquier propuesta y se lo habría puesto fácil. Pero los que estaban allí parados, en mitad de la calle, no eran ni serían nunca los de épocas pasadas. 

- ¿Qué me dices?, ¿podrías? o, mejor dicho... ¿te  apetece que hablemos? - la voz se le llenaba de dudas que le hacían tartamudear.
- Sí, podría charlar unos minutos. ¿Nos sentamos en ese banco?
- Claro, donde quieras.

Tomaron asiento los tres, él, ella y un silencio sobrecogedor producto de la brisa ausente de un mes caluroso. Varias preguntas de control para entrar en situación y unas cuantas mariposas más tarde, decidió confesarle sus sentimientos.

- Verás... lo que te voy a decir no es fácil, de hecho,
jamás me he atrevido a decírtelo. Sabes que soy de pocas palabras. El caso es que no he podido dejar de pensar en ti en todo este tiempo - buscó rápido sus ojos.
- Llevamos cinco años sin vernos, y me dices que no has podido dejar de pensar en mí... No te creo.
- De verdad, créeme. Te he dedicado mis mayores deseos, mi mejores pensamientos, mis sentimientos más sinceros, mis noches en vela, mis sueños, mis fantasías, mis latidos, mis suspiros... Todo te lo he dado en la distancia.
- No te creo - le miró bruscamente a los ojos, con un gesto mezcla de decepción e impotencia.
- ¿Por qué no me crees? - no entendía a dónde quería llegar. 
Se estaba declarando, por fin, y no le estaba sirviendo para nada.
- Cuando quieres a alguien, tanto como pareces intentar demostrarme, no dejas que pasen los años sin, tan siquiera, enviarle un mensaje. Ha pasado muchísimo tiempo y aún sigues sin saber lo que es el amor - sus ojos, llorosos, desviaban la mirada. No quería mirarle porque le sería imposible detener ese huracán de sentimientos que hasta ahora había conseguido mantener controlados.

 
- Eh... bueno... yo... sabes que siempre he pensado que sería imposible que mantuviéramos una relación. Entre tú y yo hay una diferencia notable y eso me aterrorizaba. No estaba preparado para una sociedad prejuiciosa, ni para mí, el primero de todos ellos. Fue un error. Tendría que haberte dicho esto mucho antes. Pérdoname... - un suspiro se escapaba temeroso de su boca. Sus ojos empatizaban con los de ella.
 - ¿Por qué me haces esto? ¿Tanto te costaba seguir ignorándome? Dolía pero, al menos, era más estable y coherente. Algo seguro a lo que agarrarme. ¿Ahora qué? ¿Qué se supone que quieres oír? ¿Qué te gustaría que te dijera?
- Me encantaría que me perdonaras por cobarde, que me dieras una oportunidad y que comprobáramos si aquella relación por lo que nadie apostó, podría salir bien - acarició su mano suavemente.
- ¿Sabes? hace cinco años te habrían bastado las primeras frases para tenerme a tu lado de nuevo. Es más, si te soy sincera, una parte de mí me está gritando que te diga que sí, que podemos empezar de cero, o continuar la historia que nunca acabó, pero...
- ¿Pero? - analizaba su rostro intentado descrifar por adelantado lo que las palabras le iban a descubrir en breve.
- Ahora hay una persona a la que quiero más que a ti, y esa persona soy yo misma - tragó saliva orgullosa. Lo siento... - le susurró en los labios tras besarlos por primera y última vez. 
- Espera, por favor. ¡No puedes besarme e irte!
- Tú me prometiste que estarías ahí y no estuviste. Todos mentimos. Yo... ya no te quiero - se levantó del banco, separando sus manos a la par, y mirándole fijamente, mientras una lágrima recorría su mejilla rosada. 
- ¡Te quiero! Por favor, ¡tienes que creerme! - le gritó mientras se levantaba del banco.


Pasó su manga por la mejilla, quitándole la humedad, y respiró profundo. A pesar de todo lo que le había dicho, sabía que si, en ese momento, hubiera corrido tras ella, la hubiera agarrado del brazo y la hubiera traído hacía sí mismo para besarla, habría caído rendida a sus pies. Con ese pensamiento en la mente, siguió caminando. En la calle solo se oían sus pasos. Nadie la estaba siguiendo. Él se quedó allí, parado, viendo escapar su destino, otra vez. Finalmente, ella pasó por una ventana y, mirándose, le dedicó a su reflejo una melancólica sonrisa. Sabía que había tomado la decisión correcta...

sábado, 4 de enero de 2014

Marcando la diferencia

Estar soñando contigo y despertarme sobresaltada. 8:25 de la mañana. ¿Qué hago despierta a esta hora?. Casi sin dar tiempo a que mi cerebro encuentre la solución a dicha pregunta, un impulso me lleva a coger el móvil. Un mensaje tuyo aguarda, como si fuera cosa del destino. Estoy a punto de restregarme los ojos y, mirar la pantalla, con solo uno de ellos pues la pereza del otro le impide destaparse de los párpados, arriesgándome al dolor de cabeza mañanero y rutinario que me genera ese ritual, pero es un mensaje de voz. Sabes cómo hacerme sonreír. Cierro los ojos y dejo que mis manos curiosas palpen el fondo del cajón hasta encontrar, al fin, los cascos. Intento relajarme, solo es un mensaje. Con tu voz, que no sé qué quiere decirme. Qué ha podido pasar. Tu imagen. Tu mirada. Un mal presentimiento. Decido dejar de pensar y silenciar la incertidumbre subiendo el volumen de los auriculares. Buenos días, mi niña... Sonrío. Quizá no sea nada malo. Vuelvo a pulsar el play impaciente por destapar esa duda. Me han surgido unos asuntos que tengo que resolver esta tarde, por lo que no nos vamos a poder ver.... Stop. Sin dejar que exponga sus argumentos, me dedico a imaginarlos. 60 eternos segundos en los que la bipolaridad alcanza su máximo, pensando en si mosquearme ya o continuar la grabación. Opto por la segunda opción. Play. ... después de las 5 de la tarde. Como no puedo controlar estas ganas de verte, he llamado al trabajo diciendo que estoy indispuesto y que hoy no iré. Sonrío. Qué idiota - pienso. Continúo visualizando la escena. Así que, ¿qué te parece que nos veamos por la mañana?. Sé que no debo pedirte nada, pero... me haría tan feliz verte, aunque fuera 10 minutos... ¡Me salto las normas por ti!. ¿Intenta impresionarme con esa actitud de "machote"?. Me río. Qué rebelde - pienso. Pero no lo tendrá tan fácil, no conmigo. Mi mente malévola decide ponerle a prueba. Escribo: ¿Me cuentas por qué no podemos quedar esta tarde o dejamos aquí la historia?. Al instante la respuesta. Se las gasta bien. Otro mensaje de voz. Sus motivos no me agradan lo suficiente. Mi desconfianza innata empieza a florecer. Si te soy sincera, se me han quitado las ganas de verte. Bloqueo el móvil dejándole con la palabra en la boca. Sé lo que molesta, pero no me interesa lo que me cuente. Nuestro plan estaba antes. El móvil empieza a vibrar continuamente. Lo miro de reojo. ¿Y si estoy siendo muy dura?. El interés me vuelve a vencer. Más mensajes. Varios "lo siento" se escapan de su boca. Menos palabras y más hechos - pienso. No quiero darle más vueltas. Mi cabeza se satura y la jaqueca reaparece. Me giro e imagino cómo sería si le viera en unas horas. El cosquilleo me puede. Otra vibración y mi mano insumisa se lanza hacia el móvil. Lo vuelvo a mirar. Me surge otra pregunta de nivel: ¿Qué harás si no nos vemos hoy? Quizá estés perdiendo un día de trabajo a lo tonto. Lo envío rápido, pero no más que su respuesta. Su voz seductora. Ya que no puedo dedicarte la tarde, te dedicaré la mañana. Si estás conmigo, estaré ocupado haciéndote sonreír. Si no estás conmigo, estaré ocupado pensando en ti. Definitivamente es idiota. Un idiota encantador. Sonrío. Me ha ganado, pero no quiero que lo descubra. Me hago de rogar. Quiero que insista. ¿Se rendirá?. Si lo hace, no es tan espectacular como creo. Ese último pensamiento me tranquiliza. Nuevo mensaje. ¿Qué me dices, me dejas verte?. Unos minutos de duda. De nuevo un mensaje. Al móvil me llega una foto. Él, sus ojos, su sonrisa. Vaya, me tiene cogida la medida más de lo que pensaba. Quizá sí sea tan espectacular como creo. Continúo con el juego. ¿Dónde estás?. Un mensaje suyo. ¿Dónde te gustaría que estuviera?. Me deja sin palabras, le odio. Sonrío. Busco la palabra adecuada, respondo: Cerca..., y le doy a enviar. Oigo su nuevo mensaje: Estoy donde vives, ¿así de cerca te parece bien?. Me acuerdo de su excusa para faltar al trabajo y me vuelvo a reír. Al final va a ser un rebelde. Una última prueba más: Tengo que desayunar, ducharme, arreglarme... ya sabes cómo somos las mujeres. Podría tardar hasta 2 horas. Responde. Contigo no tengo prisa, puedo esperar lo que desees. Estoy a tu entera disposición. Esa última frase marca la diferencia. Hay pocos así, ¿eh? - me digo a mí misma. Vale la pena. Me levanto y me preparo tranquilamente. 2 horas son 2 horas... me río con malicia imaginándomelo aburrido en una cafetería o sentado en su coche. Se me ocurre un comentario final. Vuelvo a coger el móvil. Lo bueno se hace esperar.... Su pregunta: ¿Y lo mejor?. Mi respuesta: Lo mejor se hace de rogar. Última respuesta: Entonces, te rogaré lo que haga falta. Me meto en la ducha... 


jueves, 2 de enero de 2014

Tristeza infravalorada

Tal vez mi clara preferencia por las cosas tristes tenga que ver con que, cuando estoy feliz, no necesito sentirme comprendida. Me da igual todo. Estoy contenta. Me lo paso bien, me río, hago el idiota, digo estupideces, saco a la luz la niña pequeña que era, juego, me divierto... No me es necesario reflexionar sobre mi estado anímico, así que si tengo que elegir una canción, me decanto por una bailable, si tengo que elegir una película, me decanto por la comedia, si tengo que elegir un libro, me decanto por ciencia ficción, por ejemplo... Pero, ¿y cuando estoy triste?.  No me gusta la gente que rechaza la tristeza. En realidad, creo que le tienen miedo. Les puede el temor a indagar dentro de sí, a reflexionar el porqué de ese estado de ánimo, a replantearse su vida, y a pensar qué está pasando. Se creen fuertes. Ellos nunca están tristes. No hay nada que pueda con ellos. Nada ni nadie les puede borrar la sonrisa de su rostro. Los antitristes estos me cabrean. No me gusta el trato que le dan a la tristeza. La tratan como si fuera una emoción odiosa, que nos hace estar mal, sin ganas de nada y que nos mina la moral. Y eso es cierto, pero hay mucho más detrás. Yo siento un gusto especial por esa emoción tan poco valorada. 


Me gustan las cosas tristes. Me gusta la tristeza. Me gusta siempre y cuando no se prolongue, que es cuando surgen los problemas. Me gusta, por ejemplo, meterme en la cama un domingo lluvioso de invierno, ponerme los cascos, darle al play y escuchar la lista de reproducción más sentimental que tenga. Identificarme con las letras, imaginarme como protagonista del videoclip, pensar, reflexionar, sentir, y si es necesario, acompasar las gotas de lluvia que golpean mi ventana con las lágrimas de dolor que golpean mi interior. Sé que la gran mayoría no lo entenderán, pero a mí me parece bonito. Es la belleza de la tristeza. Desahogarme. Hacer una pausa. Tener un momento de soledad para mí. Disfrutarlo a mí manera. Aislarme del mundo externo y sumergirme en el mío interior. Pasar de todos y de todo. Dedicarme unas horas, o un día entero. Quizá llegue a alguna conclusión después de plantearme esas cien mil preguntas que acosan mi mente o, tal vez, no llegue a nada en concreto, pero el simple hecho de haberle dedicado tiempo me hace sentir mejor. Yo no huyo de lo triste. Incluso, a veces, lo busco. Remuevo mi pasado, mis emociones, mi yo de ahora. Me gusta ponerlo todo patas arriba para volver a colocarlo, de una forma nueva, distinta, especial. Es cuando más inspirada me noto. La tristeza me demuestra que estoy viva, que siento, que soy humana, que tengo corazón, que soy vulnerable, que soy auténtica. Me parece maravillosa esa sensación. Lo bonito es bello de por sí, no es tan importante hacerlo más bello. La tristeza requiere de esos mimos. Me encuentro bien cuando escribo cosas tristes o cuando leo un libro sin final feliz. De hecho, unos de mis libros favoritos son "Tres metros sobre el cielo" y, su continuación, "Tengo ganas de ti", por eso mismo. No terminan bien. Acaban como tienen que acabar. Son reales. Te dejan un sabor de boca agridulce que pocos autores tienen el coraje de crear. Libros con cuyos finales lloré notablemente y de los cuales estoy enamorada. Podéis llamarme rara, loca, idiota... a lo mejor conseguís que me ponga triste y me hacéis feliz.

miércoles, 1 de enero de 2014

Apostar por lo que nadie apostaría



Ella era una chica despistada, curiosa, soñadora, risueña, que adornaba su personalidad con ligeros matices de travesura y que encontraba el atractivo en todo aquello que estaba fuera de su alcance. Su capacidad atencional estaba sesgada hacia el mundo de aquel chico moreno de ojos azules que aún no la conocía. Entre deseos y fantasías, pasaba los días imaginando cómo sería estar con él. ¿Sería posible mantener una relación con alguien tan distinto y, a la vez, tan igual a ella?.

Esa pregunta y otras, hermanas de esa, se paseaban por su mente en cada silencio que se le presentaba. Sus amigas más cercanas empezaban a darse cuenta del sentimiento que esa niña de 16 años estaba desarrollando por esa inalcanzable y prohibida figura masculina. Ella no se escondía puesto que no veía el error en querer estar con quien realmente quería estar. Sin embargo, su padre rechazaba de mala forma su posición. Ese tipo no era para ella. Sus mundos no encajaban y no quería ver a su hija convertida en alguien como él. Cada día que pasaba, más se lamentaba por ser así, y arropada por la impotencia que le proporcionaba la situación, más entristecía, pensando que jamás le volvería a ver. Su padre la obligó a alejarse de ese hombre y a seguir con su vida diaria, una vida monótona, aburrida, absenta de emociones y misterios. Aunque en uno de esos diarios estados de somnolencia despertó, sacando fuera de sí el carácter necesario, y decidió que nadie le daría clases de moralidad. Ella solo quería jugar, no tenía por qué hacerse daño. Se lanzó a la piscina como la mejor de las nadadoras y eligió ir a contracorriente. 
 

Era pequeña pero valiente. Era joven pero astuta. Su audacia la llevó a encontrarse con él y a darle la oportunidad de que la viera. Cuando se miraron, sintió que ya la conocía de antes. Ella era la chica a la que había estado esperando para centrarse al fin en la vida. Estaba cansado de las presiones sociales, sobre todo familiares, que no paraban de recordarle la edad que tenía, que ya se le estaba pasando la juventud y que tenía que casarse y formar un futuro estable con alguien. Y, a pesar de haber tenido a su disposición las mujeres más ideales, él no quería ser como la oveja seguidora del rebaño, ni un desesperado que acababa con lo primero que se le presentaba, ni una persona que se dejaba llevar por las insistencias ajenas, ni un mentiroso compulsivo. Su paciencia y constancia le habían llevado a esa niña pelirroja que con tan solo mirarle le hacía sentir mejor persona, algo que nadie hasta el momento había logrado. Las horas avanzaban y ellos seguían conociéndose, dando rienda suelta a la pasión, olvidándose del mundo y ciñéndose a lo que sentían por el otro. La sociedad intentaba gritarles las incorrecciones que mostraban, pero ellos solo escuchaban susurros lejanos, puesto que el fuerte latido de sus corazones silenciaba cualquier otro sonido. Quedaban dos opciones, o se alejaban de todos para estar tranquilos o los demás tendrían que aceptar esa relación, la cual era innegociable. Por fin el amor rompió los barrotes y voló libre al exterior. 

El amor verdadero lo puede todo. Arrasa. Rompe. Destroza. Une. Revive. Brilla. Destaca. Vence. Y contra una fuerza así, nada ni nadie se puede imponer. Lo auténtico se sobrepone. Lo real perdura.