Visitas

miércoles, 30 de julio de 2014

El placer de la victoria (fragmento de relato erótico)

Segura de mí misma, descendí por su torso desnudo, besándole tras cada mordisco que le daba, lamiéndole tras cada arañazo que le hacía, siguiendo la línea recta que marcaba su vello, un camino directo al placer. Una vez colocada entre sus apolíneos muslos, recorrí con la punta de la lengua su miembro, desde el inicio de los huevos hasta el final del capullo. En seguida supe que era de su agrado, tan sólo tenía que fijarme en los impulsos incontrolados de su polla. Busqué su mirada, presa del asombro por la rapidez y facilidad con la que había endurecido su parte más viril. Le sonreí con malicia a la par que le levanté la ceja y volví a esconderme entre sus piernas (...)

martes, 29 de julio de 2014

Rayadas que no vale la pena leer

Últimamente estoy optando por no pensar demasiado lo que hago, por dejarme llevar, por ser menos racional, para saber qué siente la gente que es más impulsiva. Supongo que si en este tiempo apenas he escrito es porque aparentemente todo está bien en mi vida. Porque elegí reflexionar muy poquito. Pero en cuanto empiezo a hurgar en mis cicatrices, a meditar mis actitudes, a juzgar mis comportamientos, a discutir mis pensamientos, me doy cuenta de que las cosas no van bien. Quizá sea por esa manía mía de ver siempre un trasfondo triste y pésimo en las conductas humanas. Algo que, por otra parte, me viene de lujo al intentar escribir. Y es curioso porque en este momento de mi vida me siento más yo que nunca pero también me cuesta reconocerme. Incluso según estoy escribiendo esto, estoy pensando: "Qué coñazo de tía, ¿desde cuándo le cuentas a tus lectores tus rayadas? ¿Por qué no les hablas directamente de sentimientos, de sensaciones, como siempre has hecho?". En fin, que cuando me decanto por ser más impulsiva no estoy a gusto y cuando me decanto por ser más racional tampoco. Hay que joderse con el ser humano. Si, con el ser humano porque creo firmemente que todo aquel que se para a mirarse fríamente en un espejo, a escupirse las verdades a la cara y a indagar en sus actos acaba hecho mierda. Y por eso queridos amigos/as estudio psicología. A ver si tengo narices de aclararme. Como siempre, mi lado masoca intentará estos días hacerme tambalear por esta línea de seguridad que trazo, por este camino recto que supuestamente sigo, y tal vez me deje llevar y acabe recapacitando más de la cuenta y aparezca por mi blog contando penas. Yo antes molaba... ¿o no?

viernes, 25 de julio de 2014

Adam y Alice (fragmento de relato erótico)


Era la primera vez que Alice estaba a merced de un hombre, desnuda, abierta sin escrúpulos y con una indecencia impropia de su edad. Adam se desabrochaba los botones de la camisa mientras le susurraba al oído que sabía que era su primera vez, y no sólo como modelo, y que en ambos casos no tenía nada que temer, que él estaba ahí para apoyarla. La excitación del momento le impedía parar, ni siquiera podía comerle el coño, necesitaba estar dentro de ella como nunca antes. Con toda la sangre acumulada en su miembro, la penetró despacio, controlando a la bestia que se había despertado en él, suplicando porque no le doliera y pudiera follarla duro. Esa chica se merecía una caricia en la mejilla por cada penetración hasta el fondo, un beso en la punta de la nariz por cada azote. Esa chica reunía todo lo que buscaba. Alice le miró a los ojos, y a pesar de las molestias que estaba sintiendo, le pidió que no parase, que quería sentirle así, que disfrutaba teniéndole en su interior. Adam, a punto de correrse sobre ese delicioso vientre, lamió lento su cuello y gimió fuerte en su oído. En seguida sacó su polla y derramó su semen en esa cintura de 60cm. Ambos se miraron sonrientes, incrédulos aún por lo que había ocurrido sobre esas sedosas sábanas. Adam se levantó de la cama, se abrochó el pantalón, cogió su Reflex y susurró: “Ahora posa para mí, mi amor”.

jueves, 10 de julio de 2014

Hasta qué punto

¿Hasta qué punto hay que ceder?
¿Hasta qué punto hay que perder parte de la personalidad?
¿Hasta qué punto hay que ser generoso?
¿Hasta qué punto hay que mirar por uno mismo?
¿Hasta qué punto hay que ser comprensivo?
¿Hasta qué punto hay que querer?
¿Hasta qué punto hay que deber?

Son preguntas que por más relaciones en las que me involucre, nunca sé responder. Nunca.