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jueves, 12 de septiembre de 2013

Relato en la estación

Andaba con prisas por la acera cuando le vislumbró a lo lejos. El mundo se paró en ese instante. Nada de lo exterior le robaba un segundo de su atención, ya que solo escuchaba el latido de su corazón, que bombeaba sangre veloz,  golpeando sin piedad el pecho como si lo que más quisiera en ese momento fuera salir de ahí y correr hacia él, pues ese era su sitio realmente; donde estaba él, estaba su corazón.



Segundos después, el mundo volvía a ponerse en marcha y vio que se le escapaba de su alcance, así que bajó nerviosa las escaleras, titubeando tras cada escalón, rezando por no tropezar. Tres, dos, uno y salto para llegar antes al suelo. Las piernas le flojeaban. La emoción la invadía. La respiración le faltaba. Avanzaba lo más rápido que podía mientras le veía en la otra acera, a la par que ella. Entró en la estación y ella detrás. Cerca. Muy cerca. Detrás. Ya podía oler su perfume. Y de pronto, la paz. La tranquilidad que solo alcanzaba cuando le tenía cerca. Cuando era suyo. Cuando estaba ahí, a su lado. Él bajaba las escaleras mecánicas y ella sonreía, bajándolas tras él, con la seguridad de saber que esta vez no se le escaparía. Pasó el billete y ni se dió cuenta de que a su lado estaba ella, quizás la música de sus cascos le retumbaba en la cabeza haciéndole viajar por un mar infinito de pensamientos que solo él podía saber. De nuevo, las escaleras mecánicas, hacia arriba esta vez. Mismo ritual: ella detrás de él, hasta que por fin se atrevió a dar el paso. Le adelantó por la izquierda, le miró de reojo tímidamente y con una voz suave y cálida le saludó. Sus miradas se cruzaron.

Volvían a encontrarse allí. Distinto día, mismo lugar. Se colocó un escalón por encima de él mientras se quitaba los cascos, unos segundos mirándose bastaron para que los sentimientos pasados se hicieran presentes. Dos besos dados a cámara lenta, dos narices rozándose sin querer y dos sonrisas que se manifestaban nerviosas. Distinta época, mismo sentimiento. Se vio obligada a iniciar la conversación puesto que a él se le atrangantaban las palabras; se limitaba a mirarla boquiabierto con una media sonrisa en los labios, y ella que se daba cuenta, no paraba de temblar y de sentir la debilidad de sus piernas tras cada paso que tenía que dar. Cada vez que le miraba a la cara, su corazón subía una velocidad. Le faltaba el aire, así que tenía que limitarse a utilizar frases cortas y a pensar en que tenía que tranquilizarse a la par que pensaba de qué le podía hablar. Tras unos minutos, la situación pareció normalizarse y el monólogo pasó a convertirse en una de las mejores conversaciones que había tenido con él en todo este tiempo. El tren paró y ambos subieron hasta ocupar los asientos que más intimidad aportaban al momento.

Dentro del tren, algo estaba sucediendo, o al menos, en eso pensaba ella (se está preocupando por mí, muestra interés en cómo estoy, se está abriendo, se expresa, me cuenta cosas sobre él aunque su atención está totalmente enfocada en mí, me dice cosas bonitas que jamás me había dicho, está encantador, amable, parece que no quiere irse, está realmente cómodo...). 
Llegaba la hora de bajar del tren, me atrevería a decir que, por primera vez, él era el que no quería acabar con ese momento, pero todo tiene un fin y su parada había llegado. Se despidieron, dos besos pausados en las mejillas y una mano que descendía por su brazo hasta cogerle de la mano y luego soltar para dejarle ir, otra vez. Bajó y sus ojos volvieron a encontrarse, él en el suelo, ella allí subida y sus miradas fijas en las pupilas del otro, viendo como,
lamentablemente, se volvían a distanciar, pero con el presentimiento de que el destino les volvería a juntar en cualquier momento...