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viernes, 18 de septiembre de 2015

Deporte

Subirme el pantalón. Ponerme la camiseta. Abrocharme las botas. Colocar el balón en el punto de penalti y reventar la portería. No meterla. Golpear la pared o el palo, o el puto larguero. Pero que no entre. Que me cabree e incite a más. Que me haga enrabietarme del todo. Que me ayude a sacar la impotencia. Y cuando entre el balón en la red, tirarme al suelo a hacer abdominales hasta que me duela respirar el poco aire que me entra. Superar la puta angustia. Aprender de alguna forma. Desgastarme físicamente para dejarme la mente sin fuerzas. Batirme en duelo con el puto intelecto. Darme la vuelta y hacer flexiones. Enseñar los dientes en cada bajada. Gruñir en cada subida. Sentir mis músculos temblar hasta la fatiga. Reventarlos. Joder, que aprenda el puto cuerpo a sufrir. Que sepa lo que duele el daño y más si te lo hacen adrede. Ver las gotas de sudor caer al suelo. Girar y volver a los abdominales. Sin olvidar ninguna parte del cuerpo. Que todo duela. Que los tendones te recuerden el daño que les haces y así sentirte en armonía con el mundo. Que le jodan a todo. Que la fatiga me sobrecargue los músculos. Que el agotamiento me ponga sangre en la garganta. Que el cansancio me nuble la vista. A ver si así consigo, durante unos minutos, no ver la puta realidad. 


viernes, 11 de septiembre de 2015

Luchando

Tirarme en paracaídas desde un avión. Hacer puenting. Poner el coche a doscientos. Hacer ejercicio hasta que me duela respirar. Sobrepasar mis límites. Sentir miedo, temor, pánico, dolor, angustia. Eso es lo que me pide el cuerpo cuando estoy jodida. Cuando el valor de las cosas decae, cuando la vida se destiñe y los días solo son losas sobre las que caminas. Es una putada sentirse así. Creer que no importa tanto lo que te pase. Y entonces tener valor para arriesgar. Saltar desde un puto barranco y pensar: "¿qué más da si no vuelvo?" O esperar que el dolor físico alivie el mental. Machacarte los músculos o inflamarte los tendones para despistar al puto pecho izquierdo. Jadear. Gruñir. Gritar. Aliviar la rabia. Soltar la impotencia. Expulsar el rencor. Romper a llorar viendo como el corazón se parte en añicos y se te clavan en las entrañas. Y ciertamente, ese dolor es menor que cuando está entero pero lleno de grietas.

No hay piel que soporte que te quedes quieta mientras te vas rompiendo.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Podría

Podría contarte los lunares que te he besado y recitarte los que quedan en mi lista de cosas pendientes.

Podría calcular el grado de elevación exacto de las comisuras de tus labios cuando digo "te amo".

Podría decirte que tienes tres tonos diferences de pelo, pero que el más sexy es el que tiñe de blanco tu sabiduría.

Podría abrazar cada noche que hemos pasado juntos, aunque fuera en camas separadas.

Podría besarte cada mensaje de buenos días y lamer cada uno de buenas noches.

Podría confesarte que sé con precisión qué movimiento hará que te endurezcas, por dentro y por fuera.

Podría entender que quieras más de mí porque ese todo que cada día te doy, crece tras veinticuatro horas.

Podría saborear tus verdades y coserme la confianza en el pecho izquierdo.

Podría tatuarme nuestro futuro sin saber qué colores utilizar pero sí quiénes aparecen de la mano.

Podría criticar cada uno de tus gustos para lanzarle un guiño a la diferencia que nos hace distintos.



Podría analizar tu forma de entender la vida, pero prefiero compartirla.

Podría dejar que dirigieras mi vida, pero prefieres compartirla.

Podría morderte la clavícula y mandar a tu espalda cada palabra que escribo.

Sobre la felicidad

He llegado a la conclusión de que la felicidad reside en la armonía. Y es que, no es cuestión de desfasarse, ni de vivir un montón de aventuras, ni de pasarte por la piedra a todo lo que se mueve por tu alrededor, ni siquiera cruzarse dos continentes en la misma semana o saltar desde un avión. Es más sencillo.

Para mí, la felicidad es aquello formado por la confianza, el amor, la honestidad y la superación. Si tengo una persona en la que puedo confiar ciegamente, además de confiar en mí misma. Si a eso añado a alguien que me quiere y a quien quiero, y además me quiero a mí misma. Si también me relaciono con alguien honesto y puedo ser honesta conmigo misma. Si además, esa persona y yo intentamos superarnos, ser cada vez más, formar mejor equipo y también intento avanzar por mi cuenta, evolucionar como persona y crecer, me siento feliz.

La felicidad no es una meta, si siquiera un camino, es un estado, una forma de entender la vida, una parte que va unida a ti.


Y cuando la alcanzas, no quieres separarte de ella. Solamente tienes ganas de ser más feliz.