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domingo, 29 de diciembre de 2013

Nochevieja

En estas épocas de nostálgica navidad, donde el pasado llama tímido a la puerta y la vulnerabilidad la abre, permitiendo el paso desmedido de recuerdos que avivan la llama del sentir, el corazón se apodera de las entrañas. 


Otro año que echa el cierre y uno nuevo que festeja su propia abertura. Una inaguración donde no pueden faltar los mensajes, las bromas, las felicitaciones, las llamadas, los besos y los abrazos de amigos y familia. Donde no puedo evitar acordarme más de los que no están que de los presentes. Donde no puedo evitar acordarme de ti. Tu ausencia presente y constante. Un recuerdo efímero, ya que esta noche tampoco te la regalaré. La noche familiar toca su fin con el sonido agudo de unas copas que, repletas de champán, brindan por unos 365 días mejores que los anteriores y que se vacían llenando la ilusión de lo que está por llegar.

Mi deseo para el 2014 no se separa demasiado de la línea que marcaban los años que se han dejado atrás. Simplemente quiero tener a los míos cerca, seguir acumulando experiencias en mi piel, sensaciones en mi interior, recuerdos en mi memoria y sueños en mis pestañas. Me gustaría seguir avanzando, ganándole la partida a las agujas del reloj, y seguir creciendo como persona. Ojalá toda la gente a la que quiero, estén en mi día a día o no, sean felices o, al menos, luchen por serlo, y les vaya todo bien para hacerles el camino más llevadero. Seguro que este año es mejor que el anterior, puesto que la calidad de este viene marcada por la actitud que tengas frente a él, y la mía es innegociablemente la mejor. Esperanza, alegría, coraje, fuerza y ganas, muchas ganas. Otro año que me otorga la posibilidad de seguir descubriéndome, de seguir siendo yo; una oportunidad que no desperdiciaré por nada ni nadie.


martes, 24 de diciembre de 2013

En la esquina de la impotencia

 
Ganándose la vida en las carreteras de polígonos, vistiendo minifaldas y escotes que servían de cartera, botas hasta las caderas y melena suelta. La imagen de una mujer despampanante que entregaría su cuerpo al primero que pasara, ya fuera obrero, empresario u oficinista. Una ventanilla se bajaba y una mujer se subía. Aquel sudor evaporado nublaba su vista. Sus sueños estaban manchados por la lefa de aquellos hombres que no veían más allá de una vagina cuando la miraban, que gozaban al oír los gemidos fingidos que camuflaban la impotencia que nadie se paraba a escuchar. La miraban pero no la veían... No la escuchaban, tan solo la oían... Sintiéndose tan mierda que a pesar de tener un cuerpo de escándalo y un corazón enorme, cada vez cobraba menos a los hombres. Y ellos se aprovechan, las nalgas le azotaban, mientras le gritaban puta y le susurraban guarradas... Quizá si alguno se hubiera dejado 20 pavos más destinados a conversar, en vez de a follar, habrían podrido disfrutar de otra manera, más moral, haciéndole sonreír a aquella mujer buena, que se preocupaba por ganar monedas para que sus hijos tuvieran un hogar donde dormir y soñar. Un día más la realidad la golpeaba, maltrataba sus esperanzas y rompía a llorar, aunque pronto se recomponía pues sabía que de ella dependía que su familia tuviera un trozo de pan. Algún día esto cambiará, se repetía mientras seducía a otro tío más. Algún día él me mirará y me verá, me oirá y me escuchará, me tenderá su mano y de la calle, me sacará...

La transformación


Decidió no dejarse engañar más ni someterse a ese ritual idílico de cenas románticas, llamadas nocturnas y mensajes de buenos días, que siempre acababa mal. Elegió dar un vuelco a su vida, saltarse sus principios y convertirse en otra persona que sufriera menos y que disfrutara más. Acabó buscando otras pieles con las que cubrir sus complejos, otras miradas con las que sentirse indañable, otras manos que no regalaran caricias con las que enamorar sino que, simplemente, sirvieran para agarrarla fuerte en cada acercamiento sexual. Intentó curar sus heridas derramando sobre estas sudor ajeno, y esconder su tristeza bajo un maquillaje que dejaba clara cualquier intencionalidad. Pensó que bajo distintas sábanas podría esconder su frágil corazón y destapar aquella mujer que quería mostrar al mundo entero. Ya no era esa niña débil, tímida, enamoradiza y risueña que hacía cualquier cosa por el chico que amaba, ni aquella que sostenía el firme pensamiento de que para que alguien la hiciera suya, tendría que conocerla, interesarse por ella y cuidarla bien a diario. Esas ideas se evaporaron con las altas temperaturas a las que se sometía su cuerpo en cada encuentro de dos.

El magnetismo del riesgo

Cada gilipollas que se cruzaba en su camino la impulsaba más hacia los brazos de aquel hombre que le había demostrado lo increíble que era. Él siempre estaba allí, para halagarla, para preocuparse por ella, para animarla, para sacarle una sonrisa, para tratarla como se merecía, para respetarla, para hacerla sentir mujer... Aún no sabía cómo, pero ese hombre había llenado cada rincón de su cerebro con su esencia, perforándole el subconsciente con cada palabra que le dedicaba. Constantemente, tenía en mente su rostro, su figura, su deseo, sus ganas de ella... Y lo que empezó como un inocente juego acabó como una obsesión peligrosa que ponía en riesgo su vulnerabilidad. Estaba empezando a sentirse atada a la imagen de ese algo que no paraba de pensar en ella, de mimarla y de hacerla, cada día, un poco más suya. Ninguno de los dos se imaginarían hasta qué punto podrían llegar, pero si siguieran así, estarían en el camino de algo muy distinto que rompería barreras, prejuicios, límites e hipocresía. Estarían cerca de lograr algo grande. Ese deseo efímero y eterno con el que soñaban al anochecer...

sábado, 14 de diciembre de 2013

La chica de la moral distraída

Entre sábanas y gotas de sudor ajenas, intentaba ahogar el peso de las lágrimas. Con el cuerpo expuesto al público y el corazón guardado bajo llave pues, si algo había sacado en claro la última vez, es que pasaría mucho tiempo hasta que alguien fuera realmente capaz de valorarlo. Ni caricias de amor, ni besos de despedida, ni temor, ni heridas. Eso ya no tenía cabida en su nueva vida, la cual se estaba construyendo sobre los cimientos de la cobardía segura, al menos hasta encontrar al arquitecto de sueños adecuado. 

En la oscuridad de la noche hallaba la luz, y en la luz del día hallaba la oscuridad. Por eso, dormía de día y vivía de noche. Cuando las almas solitarias danzaban por las calles con un triste vals salía en busca de su pareja de baile. Se convertía en la bailarina por excelencia cuando se calzaba los tacones de la autoestima. La chica de la moral distraída salía otra madrugada con la esperanza vaga de curar con alcohol sus cicatrices. Buscaba traviesa la mirada de aquel hombre que la hiciera suya esa noche y ninguna más. Un seductor compulsivo. De esos que liga con cientos de mujeres sin recordar nombres ni apuntar teléfonos, haciéndoles saber lo que quiere de cada una de ellas y dejándoles las cosas claras cuando terminaba de subirse los pantalones. Su mirada se cruzó, entonces, con la de un hombre que la observaba fijamente, en la lejanía de la barra del bar, con gesto duro, frío, impasible, que captaba la atención de aquella niña que decidió ser mujer durante unas horas. Pocas palabras y unos ojos, que se clavan hasta taladrarla el inconsciente, bastaron como acercamiento. Unas escaleras que se bajaban, una puerta que se abría y otra que se cerraba tras ellos. Aquellas embestidas agitaban su cuerpo y distorsionaban su autoperspectiva, con la mente confusa y la mirada nublada; cerrar los ojos de poco servía ya. Minutos después, el placer aplacó su malestar... cada pensamiento negativo se iba desvaneciendo a la par que ella iba siendo soltada por aquellos brazos que solo servían para sujetarla unos instantes. Un silencio sordo resonaba en aquel baño cuando él ya se había marchado sin dejar rastro. Ella se miró al espejo sin encontrarse. Solo veía el reflejo de la chica de la moral distraída allí, otra noche, sola, en el baño de un local nocturno...