Visitas

sábado, 14 de diciembre de 2013

La chica de la moral distraída

Entre sábanas y gotas de sudor ajenas, intentaba ahogar el peso de las lágrimas. Con el cuerpo expuesto al público y el corazón guardado bajo llave pues, si algo había sacado en claro la última vez, es que pasaría mucho tiempo hasta que alguien fuera realmente capaz de valorarlo. Ni caricias de amor, ni besos de despedida, ni temor, ni heridas. Eso ya no tenía cabida en su nueva vida, la cual se estaba construyendo sobre los cimientos de la cobardía segura, al menos hasta encontrar al arquitecto de sueños adecuado. 

En la oscuridad de la noche hallaba la luz, y en la luz del día hallaba la oscuridad. Por eso, dormía de día y vivía de noche. Cuando las almas solitarias danzaban por las calles con un triste vals salía en busca de su pareja de baile. Se convertía en la bailarina por excelencia cuando se calzaba los tacones de la autoestima. La chica de la moral distraída salía otra madrugada con la esperanza vaga de curar con alcohol sus cicatrices. Buscaba traviesa la mirada de aquel hombre que la hiciera suya esa noche y ninguna más. Un seductor compulsivo. De esos que liga con cientos de mujeres sin recordar nombres ni apuntar teléfonos, haciéndoles saber lo que quiere de cada una de ellas y dejándoles las cosas claras cuando terminaba de subirse los pantalones. Su mirada se cruzó, entonces, con la de un hombre que la observaba fijamente, en la lejanía de la barra del bar, con gesto duro, frío, impasible, que captaba la atención de aquella niña que decidió ser mujer durante unas horas. Pocas palabras y unos ojos, que se clavan hasta taladrarla el inconsciente, bastaron como acercamiento. Unas escaleras que se bajaban, una puerta que se abría y otra que se cerraba tras ellos. Aquellas embestidas agitaban su cuerpo y distorsionaban su autoperspectiva, con la mente confusa y la mirada nublada; cerrar los ojos de poco servía ya. Minutos después, el placer aplacó su malestar... cada pensamiento negativo se iba desvaneciendo a la par que ella iba siendo soltada por aquellos brazos que solo servían para sujetarla unos instantes. Un silencio sordo resonaba en aquel baño cuando él ya se había marchado sin dejar rastro. Ella se miró al espejo sin encontrarse. Solo veía el reflejo de la chica de la moral distraída allí, otra noche, sola, en el baño de un local nocturno...

No hay comentarios:

Publicar un comentario