Y aunque
intente aparentar que no me molesta, me destroza tu indiferencia. No existe
arma más dañina que esa, no la indiferencia, sino TU INDEFERENCIA. Me hiere y
ni siquiera así consigo dejar de ir tras de ti. Mi actitud sobrepasa el límite
de lo absurdo. Y no sé qué es peor… menudos estamos hechos. Lo nuestro es la
historia interminablemente terminada. Lo nuestro, o lo mío, solamente. Ya no sé
ni qué pensar. Solo sé que contigo es una de cal y otra de arena, y por esa
maldita arena aquí sigo, intentando profundizar en el mar de tus ojos. Ojalá
abrieras un resquicio de tu alma y me dejaras entrar. Te prometo que no te la
descolocaría, tampoco te cambiaría cosa alguna ni me llevaría ni te dejaría
nada, tan solo echaría un vistazo a ver si consigo una pista que me permita
seguir las huellas de tu impenetrable corazón. Pero eso es tan improbable como
mirarte a los ojos sin sentir… Llevo años conviviendo con la dura idea de que
eres imposible tanto como ser el motivo
de tu sonrisa... Y el caso es que no me acostumbro. Dame tiempo pues soy de aprendizaje lento y de sentimientos
fuertes. Verdaderos como los que más. Además, me provocas dulces muertes
emocionales que me hacen sentir viva, ¿irónico, no?. Quizá estúpido. Sí, quizá
sea más esto último. No puedo evitarlo… Me ilusionas, me desilusionas, me alegras,
me entristeces, me alivias, me perturbas, me buscas, me ignoras. Torbellino
sentimental de alto nivel. En eso eres bueno, ¿eh?. Realmente bueno… Tal vez
esa puta incertidumbre sea lo que me ata, sin cuerdas, a ti.
Solo puedo decirte
que eres el dolor más bonito de mi vida.
Te odio
queriéndote