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viernes, 28 de octubre de 2016

Somos lo que el miedo nos permite ser

- No puedo, tengo vértigo -dijo mirando al frente.
- Claro que puedes. Sólo es un salto -contesté.
- Hay demasiada altura. Si lo hago mal, puede que no haya vuelta atrás -su cuerpo parecía hormigón.
- No importa la altura. Tienes que saltar y esperar que, cuando caigas, te salgan alas -clavé mi mirada en su rostro de perfil -. Vamos, confía en ti.
- Confío en mí, pero esto es una tontería. Es la forma más estúpida que conozco de hacerme daño -hizo un amago de dar un paso atrás.
- Es tu miedo el que habla por ti. ¿No entiendes que siempre te vas a dañar si no confias en ti misma? No puedes vivir a la espera de que alguien te dé el impulso. El salto está en ti y si no saltas, no vas a dar un paso hacia delante nunca más.
- ¿Para qué quiero avanzar si después caeré? -sus pulsaciones se agitaban.
- A veces sólo salimos a flote cuando vemos de cerca el abismo. Entonces, como por arte de magia, algo crece en nosotros en el último segundo y conseguimos despegar. Es hora de que lo sientas -puse mis manos en su espalda.
- ¿Vas a empujarme? -su voz tiritaba de miedo.
- No. Eres tú la que va a saltar, yo soy voy a darte mi apoyo -apreté mis dedos contra sus costillas y saltó. 
- ¡¡Lo conseguí!! ¡¡Estoy volando!! -gritaban sus pulmones desde arriba mientras yo me alejaba satisfecho.



- ¡Eh! ¡Espera! ¡No te vayas! ¿Cómo puedo bajarme de aquí? ¡Te necesito!
- Tú procura disfrutar del viaje que ya la vida se encargará de que tropieces y caigas y entonces, sólo entonces, nos volveremos a ver.
- ¿Y si consigo dominar el vuelo y nunca caigo?
- Cariño, volar es un arte efímero. Todos caemos. Y tú caerás también. Pero no te preocupes, ya sabes lo que tienes que hacer. Tú sólo salta y confía -guiñé el ojo y me fui.

martes, 27 de septiembre de 2016

A ti, que sabes de sobra quién eres...



Te prometo que he tenido que levantarme de la cama para escribir(te) esto. No he podido tener un pensamiento y soltarlo en el móvil como otras noches años atrás. Necesitaba levantarme y tú me has dado el impulso.

Llevo una hora y cuarto pensando en ti. Me duele decirlo por lo que conlleva, pero quiero ser sincera conmigo misma después de tantos meses. UNA HORA Y CUARTO pensando en ti. Es la segunda vez que lo hago en el día. La primera vez fue más inocente, una simple imagen tuya por un pasillo, una sonrisa en las costillas y de vuelta a clase. Esta segunda ha tenido mayor impacto. Te echo de menos.

Qué jodidos son los comienzos. Sobre todo si comienzas una historia que está por escribir en el mismo sitio donde otra historia se escribió. QUÉ JODIDO.

Una hora y veinte pensando en ti y aún no sé si necesito salir corriendo, llorar, masturbarme o buscarte. No te voy a engañar. La primera idea era correrme con nuestra imagen, pero en vez de mancharla de sexo, la han salpicado montones de recuerdos. Se me habían olvidado tantas cosas... que tres años parecían apenas un mes, así que tuve que leernos. QUÉ BONITO. En serio, no recordaba lo especial que era todo. Absolutamente todo. Tan bonito que me he sentido como en aquellos momentos. Las mismas palpitaciones, el sudor frío, las manos heladas, las mejillas ardiendo, la debilidad en las piernas. Y me ha entrado un miedo horrible. Y una felicidad inmensa, eso también. QUÉ BONITO. Lo que no recordaba es que tan sólo un mes después tuviéramos tanta confianza y cuando digo "tanta", sabes a lo que me refiero. Yo siempre me sentí diferente y tú lo reafirmaste. Para mí siempre fuiste especial. Creo que mañana me dedicaré a idealizar cómo habríamos funcionado en la misma época, con la misma edad o parecida, en otra circunstancia. Por hoy ya he tenido bastante aunque no tenga nada de ti. Sólo fechas, horas, palabras, recuerdos... Luego, no voy a mentirte, no podía estirarme. Necesitaba estar encogida en la cama leyéndonos. Supongo que desde el primer día, cada vez que algo tuyo me rodeaba, algo en mí se encogía. Después, los correos se acabaron y vinieron las imágenes más grises. La parte fea de la historia. Lo que no querría que hubiera pasado. El error. Y, sí... he llorado, en silencio y sin querer, no he podido controlarlo.

Ojalá hubiera sido diferente. A día de hoy sigo sin saber quién ha salido más perjudicado. Imagino que tú, pero créeme que no lo tengo fácil porque te pienso más de lo que debería. Lo que debería, lo que deberías, lo que deberíamos... ya sabes el resto.

Es una pena que todo haya acabado y la forma en que lo hizo. La penúltima vez que te vi, ibas acompañado de una mujer, me viste y me quitaste la mirada para que no te saludara. ¿De qué tienes miedo? ¿No confías en mí a estas alturas? Yo no te traicionaría (aunque sea escorpio)... La última vez que te vi, yo era la acompañada, y tú sonreíste y me guiñaste un ojo, como si nada, pero era tarde... ¿Qué sentido tenía si no te fías de mí? O quizás no te fiabas de ti en aquel momento...

Aun así, me encantaría poder verte y saber de ti. Sin doble intención. Sólo eso. Hablar. De verdad me interesas, no es sólo algo sexual. Yo, voy a intentar ser fuerte y aguantar sin buscarte el año y medio que me queda allí. No por mí, sino por... ¿ti? Sólo sé que si decides buscarme me vas a encontrar. Yo sigo aquí, aunque pasen los años. 21-A tardes. Cuando la casualidad no acompaña, se causa.

Me acuesto de nuevo, pensando en ti, que sabes de sobra quién eres..., pensando en mí, que sé de sobra quién soy.., deseando que me sigas leyendo (confío en que sí) y que, por fin, me des una respuesta. Te espero.

domingo, 7 de agosto de 2016

Sincericidio

Entraba en la casa como un vendaval, húmedo y arrollador, dejando a su paso sillas, cojines, ropa y sábanas. Arrasaba con todo lo que pillaba, excepto conmigo. Quizá por eso venía cada dos por tres, con la estúpida ilusión de que algún día conseguiría acabar con nosotros para así, poder salvarse él. No lo había conseguido hasta el momento. Cuando menos se lo esperaba, acababa hundido entre mis piernas, buceando en mis océanos con sabor a sal, a olas, a marea, a bandera amarilla. Por momentos, mi naturaleza se apiadaba de él y le dejaba a salvo en la orilla, boqueando como un pez indefenso al que sacan de su lugar de origen, pero entonces regresaba, tan masoca, y se jugaba la vida en un colchón de 150. Un sinfín de vueltas, de posturas, de gemidos, de súplicas y de órdenes nos rodeaban. Me encantaba darle placer, pero disfrutaba quitándoselo. El típico juego de Tuyo, mío que mantiene viva la llama. Tenía un pánico horrible a besarle dulcemente y convertirnos en ceniza. Me lo tenía prohibido (y él también). Sabíamos que el primero que inclina la rodilla y se sincera es el primero que acaba herido, por eso nunca me arrodillaba a chupársela (ni él a comérmelo). Lo demás estaba permitido. Todo tipo de cerdadas, de obscenidades, de perversiones, peticiones y retos. Siempre era así. Era una relación de extremos, de todo o nada, de te follo o me voy, de me follas o te vas. No había sentimientos. Sólo palpitaban los genitales, su polla en mi culo, mi coño en sus dedos. A veces creo que hundíamos tanto la boca en nuestros rincones tan sólo para evitar hablar de algo más profundo; bastaba con sentirlo. 


Con el paso de los días, las miradas al móvil eran más frecuentes, al igual que los pensamientos, las fantasías, los miedos, las sensaciones. Alguna vez se nos escapaba un beso entre orgasmo y orgasmo y hacíamos como si no hubiera pasado. Siempre el miedo. En otras ocasiones, las caricias sustituían a las cachetadas y nos entraban ganas de amputarnos las manos. Íbamos cuesta abajo y sin frenos. A veces, nuestros brazos se rodeaban y ya no parecían el cuerpo de un serpiente. Se estaba a gusto ahí dentro, sobre todo cuando los ojos dejaban de clavarse para empezar a brillar. 

Un día de esos en los que el sol entra por la ventana (o por la puerta) y lo deslumbra todo, me encontró mirando las fotos que le hacía alguna noche que, despistado, se quedaba dormido en mi habitación. Confuso, se acercó, tomó una y me miró con una frialdad que escarchaba los cristales. Yo, entre tartamudeos e intentos de decir algo acertado, no paraba de mirarle. El miedo penetraba por mis carnes. El pánico se adueñaba de mis tripas. La incertidumbre del pecho. Rompió la foto a la mitad que nos separaba, y la tiró al suelo. "Se acabó". Nunca un portazo había resonado tanto en la casa. "Te quiero" -susurré mirando hacia la puerta.

A los tres días, sonó el timbre. Miré por la mirilla. Era él. Abrí la puerta, dio dos pasos hasta abrazarme y dijo: "yo también". 

martes, 12 de enero de 2016

Canción de martes 12

Sé que te echaré de menos siempre
y me lo callaré
y no pienso decir nada,
no sé si por orgullo 
o porque aunque te quiera,
sé de tus putadas,
de tus jugadas.