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domingo, 23 de febrero de 2014

2ºA


Echo de menos el cosquilleo estomacal que me provocaba la idea de un posible encuentro entre los dos, como antaño. ¿Dónde han quedado los pasos por las escaleras de esos dos descansillos silenciosos y oscuros, cuya penumbra iluminabas con tu sonrisa o con esos ojos que servían de linterna al mirarme? Extraño oír la puerta del portal abrirse y no encontrarte ahí, con las llaves ya en la mano y tu cabeza fijada al frente, intentando descifrar mi rostro mientras mi cuerpo se balancea más de lo normal cuando te intuye entre las luces y sombras que adornan la escena. Echo en falta la sensación de que el tiempo se pare cuando bajo la rampa que debería llevarme a ti pero, sobre todo, me duele pensar que te hayas ido y que esta esperanza inmortal acabe lamentándose por, una vez más, no haber tenido el coraje suficiente para cogerte del brazo antes de que giraras la esquina y besarte sin más para así decirte con un hecho lo que con palabras soy incapaz. Fiándome de mi intuición, esta me dice que el destino se está divirtiendo mientras juega con nosotros al escondite con la clara intención de que estemos buscándonos sin querer, pero queriéndonos encontrar. Y, como ocurrió veces pasadas, acabaremos chocando piel con piel, sonrisa con sonrisa, mirada con mirada. Y en ese choque volverá a surgir esa chispa que, aunque no llegue nunca a llama, nos hace algo más felices en nuestra rutina vecinal.

sábado, 22 de febrero de 2014

C&E

Si no caes en la tentación es porque no te has cruzado con la persona adecuada. Detener esas ganas primarias, viscerales e irracionales supone un esfuerzo sobrehumano cuando estás tan solo a unos centímetros de esa persona. Y por más que te regodees en la búsqueda incesante de las palabras correctas para intentar frenarlo y poner un toque de cordura, de sensatez o de esa madurez todavía ausente, el lenguaje corporal te delata. Tu boca dice no pero tu mirada suplica que . Ya te dije que yo obedezco a gestos y que puedo detenerme cuando no es recíproco, pero cuando me sonríes de esa forma tan tuya es inevitable que la idea de besarte permanezca en mi mente. Es justo ahí cuando no daré marcha atrás. Parecerá que no quiero, pero provocaré la situación idónea, pronunciaré la palabra adecuada, te dedicaré la mirada exacta y te despejaré cualquier duda con una sonrisa inequívoca. Y es justo ahí cuando no darás marcha atrás. No tendré que lanzarme a tu boca porque he dado todos los pasos necesarios para inculcar en ti ese impulso. Y lo harás. Lo sabes. Lo sé. Lo sabemos. Y el momento será ese.


Segundos más tarde tu boca estará robándome el sabor, tus manos llevándose mi olor y tu mirada descubriendo mi "yo". Milésimas después, estaré sin escapatoria, arrinconada entre la pared y tu cuerpo, abierta, con las bragas empapadas como muestra de la excitación real que me provocas, resultado de ese morbo que pasará de efímero a sólido. ¿Qué mejor demostración que una vagina resbaladiza y palpitante que te pide a base de contracciones más y más? Tus dedos entrarán en mí, controlando mi respiración, adueñándose de mi placer. La jerga del sexo tomará las riendas de nuestras cuerdas vocales y las gargantas expulsarán palabras malsonantes que elevarán la temperatura de esas cuatro paredes. La fuerza de las respiraciones romperá con el silencio de aquel pasillo que serviría de chivo expiatorio. Y en el momento clave donde habrá que tomar la decisión de parar o de seguir hasta el final, la cabeza se enfríará lo suficiente como para pausarlo puesto que continuar sí podría ser un error a falta de los medios necesarios. Así, nuestros cuerpos excitados se distanciarán a regañadientes y, aunque no satisfecha del todo, te observaré fuera del contexto al que me tienes acostumbrada. Una sensación única me invadirá. Me sentiré afortunada por haber presenciado tu transformación y por haber descubierto la confirmación de aquella idea abstracta sobre cómo serías en una situación así. Sin duda, elegiré bien. Una vez más no me equivocaré con el trasfondo de unas pupilas.

jueves, 13 de febrero de 2014

Recaída emocional

Es como si el papel me pidiera que escupiera en él esta infinitud de sentimientos muertos que reviven cada vez que intento cambiar de hoja. Y entre los versos del pasado te hallo. Sigues ahí, mirándome con esa indiferencia diferente tan tuya, tan mía... Te observo distante y pienso que tú has creado este hueco insaciable. Me robaste la mirada chispeante, la sonrisa sincera, el estómago agitado, las rodillas temblorosas, el corazón repleto. Te llevaste mi sueño y me entregaste tu cruda realidad; nefasto intercambio. Me quitaste lo que era mío y te adueñaste de ello. Absorbiste la felicidad y me dejaste un vacío de tristeza. Otra vez hecha pedazos. Recayendo en el error que jamás cometí. Estoy intentando contarte lo que siento pero es difícil si practicas equilibrismo por mis cuerdas vocales y te lanzas al abismo de mi voz esa que, muda, trata de llamarte pero no puede si me asfixias la puta garganta. Tu ausencia no me llena, pero tu presencia me vacía. ¿Qué hacer? Me conformo con barnizar estas frases con tu aroma prohibido para que huelan a lo que siempre pudo ser pero que nunca ha sido. 


martes, 4 de febrero de 2014

My mind is my weapon


Quizá la mayor parte de mis éxitos y fracasos vengan marcados por mi mente. Aún no la conozco como me gustaría, pero cuando baja las defensas, me permite vislumbrarla e intuir su aspecto psicológico. 

Si tuviera que definirla con una palabra diría que mi mente es obstinada. No sé quién controla a quién. Algunas veces recibo sus golpes de dureza y, otras, sus caricias de dulzura. Aunque cuando más disfruto es cuando creo que soy la directora de orquesta y que manipulo a la perfección mis pensamientos para que mi cabeza sepa quién dirige y me obedezca y después, como jefa de segundo orden, mande al resto de cuerpo. La idea de tener el control de todo lo que ocurre es una necesidad.

Mi mente es aquella que me hace creer que apenas tengo límites, que puedo con lo que venga, que soy capaz de todo, que conseguiría lo que me propusiera. Hay momentos en los que sobrevolar el cielo viene bien, aunque hay otros en los que la caída te deja dañada durante demasiado tiempo y cuesta más recolocarse las alas de la confianza. Mi mente es también aquella que se empeña en alcanzar lo que está al alcance de pocos. Se alimenta de retos. Retos complicados. Retos muy difíciles que me obligan a ser la mejor versión de mí misma para tan solo poder despegar de la línea de salida. Y se obceca con alcanzar la meta aunque apenas la vislumbre en el horizonte. Cueste lo que cueste. Si cree que vale la pena, me incita a no parar. A luchar. Ni siquiera cuando digo que me rindo, soy capaz de hacerlo. Me cuesta horrores detenerme y dar por hecho que no puedo llegar hasta el final del meollo; tener que situar un escalón por debajo las autoexpectativas. Darle la razón a otra cosa que no sea a ella. Mi mente me tortura y me salva. Me envenena para después curarme. Mi mente me exige la excelencia. Me induce a ser competitiva, ambiciosa, sobresaliente, exigente, a no ser una más, a destacar. Mi mente acepta a regañadientes los "no" que me responde la vida. Mi mente es curiosa, es misteriosa, es un remanso de paz y un jodido caos. Mi mente se asemeja a mi habitación en época de éxamenes. O tienes muy claras las cosas, o tanta información solo te aporta más incertidumbre y con ello, inseguridad y temor. Mi mente es aquella que me discute todo y que genera debates internos cada vez que pienso. Mi mente necesita su tiempo y su espacio. No le gustan las prisas. Ni las presiones externas. Sabe lo que tiene que hacer, no necesita que se lo digan. Es autónoma. Siempre quiere más. Lo desea todo. Para ella nunca es suficiente. Persigue imposibles sabiendo que jamás los alcanzará, pero es su forma de entender la vida, la manera que tiene de ser mejor cada día. De avanzar y no detenerse nunca. Bendita puta cabeza... 

Como decía al principio, mi mente es mi arma. Una de doble filo. Un arma puede salvarte, pero también puede jugarte una mala pasada cuando se vuelve contra ti. Puede ser un error, pero también un acierto, un peligro, pero también una salvación.

Esta cabecita pensante tiene sus virtudes y defectos, pero no la cambio por otra. Me gusta que sea así.