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sábado, 22 de febrero de 2014

C&E

Si no caes en la tentación es porque no te has cruzado con la persona adecuada. Detener esas ganas primarias, viscerales e irracionales supone un esfuerzo sobrehumano cuando estás tan solo a unos centímetros de esa persona. Y por más que te regodees en la búsqueda incesante de las palabras correctas para intentar frenarlo y poner un toque de cordura, de sensatez o de esa madurez todavía ausente, el lenguaje corporal te delata. Tu boca dice no pero tu mirada suplica que . Ya te dije que yo obedezco a gestos y que puedo detenerme cuando no es recíproco, pero cuando me sonríes de esa forma tan tuya es inevitable que la idea de besarte permanezca en mi mente. Es justo ahí cuando no daré marcha atrás. Parecerá que no quiero, pero provocaré la situación idónea, pronunciaré la palabra adecuada, te dedicaré la mirada exacta y te despejaré cualquier duda con una sonrisa inequívoca. Y es justo ahí cuando no darás marcha atrás. No tendré que lanzarme a tu boca porque he dado todos los pasos necesarios para inculcar en ti ese impulso. Y lo harás. Lo sabes. Lo sé. Lo sabemos. Y el momento será ese.


Segundos más tarde tu boca estará robándome el sabor, tus manos llevándose mi olor y tu mirada descubriendo mi "yo". Milésimas después, estaré sin escapatoria, arrinconada entre la pared y tu cuerpo, abierta, con las bragas empapadas como muestra de la excitación real que me provocas, resultado de ese morbo que pasará de efímero a sólido. ¿Qué mejor demostración que una vagina resbaladiza y palpitante que te pide a base de contracciones más y más? Tus dedos entrarán en mí, controlando mi respiración, adueñándose de mi placer. La jerga del sexo tomará las riendas de nuestras cuerdas vocales y las gargantas expulsarán palabras malsonantes que elevarán la temperatura de esas cuatro paredes. La fuerza de las respiraciones romperá con el silencio de aquel pasillo que serviría de chivo expiatorio. Y en el momento clave donde habrá que tomar la decisión de parar o de seguir hasta el final, la cabeza se enfríará lo suficiente como para pausarlo puesto que continuar sí podría ser un error a falta de los medios necesarios. Así, nuestros cuerpos excitados se distanciarán a regañadientes y, aunque no satisfecha del todo, te observaré fuera del contexto al que me tienes acostumbrada. Una sensación única me invadirá. Me sentiré afortunada por haber presenciado tu transformación y por haber descubierto la confirmación de aquella idea abstracta sobre cómo serías en una situación así. Sin duda, elegiré bien. Una vez más no me equivocaré con el trasfondo de unas pupilas.

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