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martes, 4 de febrero de 2014

My mind is my weapon


Quizá la mayor parte de mis éxitos y fracasos vengan marcados por mi mente. Aún no la conozco como me gustaría, pero cuando baja las defensas, me permite vislumbrarla e intuir su aspecto psicológico. 

Si tuviera que definirla con una palabra diría que mi mente es obstinada. No sé quién controla a quién. Algunas veces recibo sus golpes de dureza y, otras, sus caricias de dulzura. Aunque cuando más disfruto es cuando creo que soy la directora de orquesta y que manipulo a la perfección mis pensamientos para que mi cabeza sepa quién dirige y me obedezca y después, como jefa de segundo orden, mande al resto de cuerpo. La idea de tener el control de todo lo que ocurre es una necesidad.

Mi mente es aquella que me hace creer que apenas tengo límites, que puedo con lo que venga, que soy capaz de todo, que conseguiría lo que me propusiera. Hay momentos en los que sobrevolar el cielo viene bien, aunque hay otros en los que la caída te deja dañada durante demasiado tiempo y cuesta más recolocarse las alas de la confianza. Mi mente es también aquella que se empeña en alcanzar lo que está al alcance de pocos. Se alimenta de retos. Retos complicados. Retos muy difíciles que me obligan a ser la mejor versión de mí misma para tan solo poder despegar de la línea de salida. Y se obceca con alcanzar la meta aunque apenas la vislumbre en el horizonte. Cueste lo que cueste. Si cree que vale la pena, me incita a no parar. A luchar. Ni siquiera cuando digo que me rindo, soy capaz de hacerlo. Me cuesta horrores detenerme y dar por hecho que no puedo llegar hasta el final del meollo; tener que situar un escalón por debajo las autoexpectativas. Darle la razón a otra cosa que no sea a ella. Mi mente me tortura y me salva. Me envenena para después curarme. Mi mente me exige la excelencia. Me induce a ser competitiva, ambiciosa, sobresaliente, exigente, a no ser una más, a destacar. Mi mente acepta a regañadientes los "no" que me responde la vida. Mi mente es curiosa, es misteriosa, es un remanso de paz y un jodido caos. Mi mente se asemeja a mi habitación en época de éxamenes. O tienes muy claras las cosas, o tanta información solo te aporta más incertidumbre y con ello, inseguridad y temor. Mi mente es aquella que me discute todo y que genera debates internos cada vez que pienso. Mi mente necesita su tiempo y su espacio. No le gustan las prisas. Ni las presiones externas. Sabe lo que tiene que hacer, no necesita que se lo digan. Es autónoma. Siempre quiere más. Lo desea todo. Para ella nunca es suficiente. Persigue imposibles sabiendo que jamás los alcanzará, pero es su forma de entender la vida, la manera que tiene de ser mejor cada día. De avanzar y no detenerse nunca. Bendita puta cabeza... 

Como decía al principio, mi mente es mi arma. Una de doble filo. Un arma puede salvarte, pero también puede jugarte una mala pasada cuando se vuelve contra ti. Puede ser un error, pero también un acierto, un peligro, pero también una salvación.

Esta cabecita pensante tiene sus virtudes y defectos, pero no la cambio por otra. Me gusta que sea así.

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