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miércoles, 1 de enero de 2014

Apostar por lo que nadie apostaría



Ella era una chica despistada, curiosa, soñadora, risueña, que adornaba su personalidad con ligeros matices de travesura y que encontraba el atractivo en todo aquello que estaba fuera de su alcance. Su capacidad atencional estaba sesgada hacia el mundo de aquel chico moreno de ojos azules que aún no la conocía. Entre deseos y fantasías, pasaba los días imaginando cómo sería estar con él. ¿Sería posible mantener una relación con alguien tan distinto y, a la vez, tan igual a ella?.

Esa pregunta y otras, hermanas de esa, se paseaban por su mente en cada silencio que se le presentaba. Sus amigas más cercanas empezaban a darse cuenta del sentimiento que esa niña de 16 años estaba desarrollando por esa inalcanzable y prohibida figura masculina. Ella no se escondía puesto que no veía el error en querer estar con quien realmente quería estar. Sin embargo, su padre rechazaba de mala forma su posición. Ese tipo no era para ella. Sus mundos no encajaban y no quería ver a su hija convertida en alguien como él. Cada día que pasaba, más se lamentaba por ser así, y arropada por la impotencia que le proporcionaba la situación, más entristecía, pensando que jamás le volvería a ver. Su padre la obligó a alejarse de ese hombre y a seguir con su vida diaria, una vida monótona, aburrida, absenta de emociones y misterios. Aunque en uno de esos diarios estados de somnolencia despertó, sacando fuera de sí el carácter necesario, y decidió que nadie le daría clases de moralidad. Ella solo quería jugar, no tenía por qué hacerse daño. Se lanzó a la piscina como la mejor de las nadadoras y eligió ir a contracorriente. 
 

Era pequeña pero valiente. Era joven pero astuta. Su audacia la llevó a encontrarse con él y a darle la oportunidad de que la viera. Cuando se miraron, sintió que ya la conocía de antes. Ella era la chica a la que había estado esperando para centrarse al fin en la vida. Estaba cansado de las presiones sociales, sobre todo familiares, que no paraban de recordarle la edad que tenía, que ya se le estaba pasando la juventud y que tenía que casarse y formar un futuro estable con alguien. Y, a pesar de haber tenido a su disposición las mujeres más ideales, él no quería ser como la oveja seguidora del rebaño, ni un desesperado que acababa con lo primero que se le presentaba, ni una persona que se dejaba llevar por las insistencias ajenas, ni un mentiroso compulsivo. Su paciencia y constancia le habían llevado a esa niña pelirroja que con tan solo mirarle le hacía sentir mejor persona, algo que nadie hasta el momento había logrado. Las horas avanzaban y ellos seguían conociéndose, dando rienda suelta a la pasión, olvidándose del mundo y ciñéndose a lo que sentían por el otro. La sociedad intentaba gritarles las incorrecciones que mostraban, pero ellos solo escuchaban susurros lejanos, puesto que el fuerte latido de sus corazones silenciaba cualquier otro sonido. Quedaban dos opciones, o se alejaban de todos para estar tranquilos o los demás tendrían que aceptar esa relación, la cual era innegociable. Por fin el amor rompió los barrotes y voló libre al exterior. 

El amor verdadero lo puede todo. Arrasa. Rompe. Destroza. Une. Revive. Brilla. Destaca. Vence. Y contra una fuerza así, nada ni nadie se puede imponer. Lo auténtico se sobrepone. Lo real perdura.

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