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miércoles, 8 de enero de 2014

Que no haya un buen motivo para quedarse, es un buen motivo para irse

Incrédulo, volvió a restregarse los ojos. Los abrió grandes en un primer momento y después los achinó para fijar su foco de atención y percibir con mayor claridad aquella imagen que se le presentaba en la distancia. Una chica paseaba por la calle con ritmo pausado pero firme. Salió corriendo disimuladamente. Necesitaba saber si era ella. Cuanto más se encogían los metros, más se dilataban las pupilas. Un pálpito le daba una respuesta afirmativa. El sol le impedía ver su rostro con perfección, pero los reflejos rubios descubrían su cabello. La duda se volvió certeza. Cinco años después, se encontraba frente a esa chica que nunca le dio la espalda. Cada vez estaba más cerca. El pasado se iba a hacer presente en un futuro inmediato. Un par de metros les distanciaban. Los nervios afloraban. ¿Cómo saludarla?. Su cabeza saturada de soluciones inexistentes le impedía avanzar. La voz no le salía. Las manos le sudaban. Las piernas le temblaban. Optó por hacerse notar para que le viera. Pero nada, ella iba tan sumergida en su mundo como siempre. Quién sabe lo que andaría pensando... Decidió seguir su instinto y actuar como le saliera de dentro. Pasó por su lado acariciándole la cintura y mirándola inmediatamente, buscando su mirada, para que no se sobresaltara y se sientiera cómoda. La chica se giró extrañada y se encontró con el que había sido el amor de su vida cuando era una cría. ¿Por qué el destino se empeñaba en meterle en su vida? Por primera vez desde que le conocía no le saludó con una sonrisa. Él sintió un pinchazo en el estómago, o quizá algo más arriba, pero el simple hecho de pensarlo le rompía los esquemas, y para permitir tal sensación, había que ser muy valiente. Él, por primera vez también, la saludó sonriendo. Los papeles parecían invertirse. Se lanzó a darle dos besos y a iniciar la conversación. Ella seguía confusa. ¿Por qué se comportaba así con ella?. ¿Por qué no dejarlo pasar como tantas veces? ¿Por qué no obviar la realidad? Su subconsciente traicionero le ayudó a pedirle algo que nunca se había atrevido: la conversación que tenían pendiente desde hacía casi una década. 

- ¿Tienes prisa? Me gustaría hablar contigo un rato, 
tranquilamente, a solas, saber qué es de ti, cómo te va, qué estás haciendo en tu vida... Ha pasado tanto tiempo... 
-  Demasiado... - un nudo se adueñaba de su garganta.

Él buscaba la mirada de aquella niña de antaño que le habría dicho que sí a cualquier propuesta y se lo habría puesto fácil. Pero los que estaban allí parados, en mitad de la calle, no eran ni serían nunca los de épocas pasadas. 

- ¿Qué me dices?, ¿podrías? o, mejor dicho... ¿te  apetece que hablemos? - la voz se le llenaba de dudas que le hacían tartamudear.
- Sí, podría charlar unos minutos. ¿Nos sentamos en ese banco?
- Claro, donde quieras.

Tomaron asiento los tres, él, ella y un silencio sobrecogedor producto de la brisa ausente de un mes caluroso. Varias preguntas de control para entrar en situación y unas cuantas mariposas más tarde, decidió confesarle sus sentimientos.

- Verás... lo que te voy a decir no es fácil, de hecho,
jamás me he atrevido a decírtelo. Sabes que soy de pocas palabras. El caso es que no he podido dejar de pensar en ti en todo este tiempo - buscó rápido sus ojos.
- Llevamos cinco años sin vernos, y me dices que no has podido dejar de pensar en mí... No te creo.
- De verdad, créeme. Te he dedicado mis mayores deseos, mi mejores pensamientos, mis sentimientos más sinceros, mis noches en vela, mis sueños, mis fantasías, mis latidos, mis suspiros... Todo te lo he dado en la distancia.
- No te creo - le miró bruscamente a los ojos, con un gesto mezcla de decepción e impotencia.
- ¿Por qué no me crees? - no entendía a dónde quería llegar. 
Se estaba declarando, por fin, y no le estaba sirviendo para nada.
- Cuando quieres a alguien, tanto como pareces intentar demostrarme, no dejas que pasen los años sin, tan siquiera, enviarle un mensaje. Ha pasado muchísimo tiempo y aún sigues sin saber lo que es el amor - sus ojos, llorosos, desviaban la mirada. No quería mirarle porque le sería imposible detener ese huracán de sentimientos que hasta ahora había conseguido mantener controlados.

 
- Eh... bueno... yo... sabes que siempre he pensado que sería imposible que mantuviéramos una relación. Entre tú y yo hay una diferencia notable y eso me aterrorizaba. No estaba preparado para una sociedad prejuiciosa, ni para mí, el primero de todos ellos. Fue un error. Tendría que haberte dicho esto mucho antes. Pérdoname... - un suspiro se escapaba temeroso de su boca. Sus ojos empatizaban con los de ella.
 - ¿Por qué me haces esto? ¿Tanto te costaba seguir ignorándome? Dolía pero, al menos, era más estable y coherente. Algo seguro a lo que agarrarme. ¿Ahora qué? ¿Qué se supone que quieres oír? ¿Qué te gustaría que te dijera?
- Me encantaría que me perdonaras por cobarde, que me dieras una oportunidad y que comprobáramos si aquella relación por lo que nadie apostó, podría salir bien - acarició su mano suavemente.
- ¿Sabes? hace cinco años te habrían bastado las primeras frases para tenerme a tu lado de nuevo. Es más, si te soy sincera, una parte de mí me está gritando que te diga que sí, que podemos empezar de cero, o continuar la historia que nunca acabó, pero...
- ¿Pero? - analizaba su rostro intentado descrifar por adelantado lo que las palabras le iban a descubrir en breve.
- Ahora hay una persona a la que quiero más que a ti, y esa persona soy yo misma - tragó saliva orgullosa. Lo siento... - le susurró en los labios tras besarlos por primera y última vez. 
- Espera, por favor. ¡No puedes besarme e irte!
- Tú me prometiste que estarías ahí y no estuviste. Todos mentimos. Yo... ya no te quiero - se levantó del banco, separando sus manos a la par, y mirándole fijamente, mientras una lágrima recorría su mejilla rosada. 
- ¡Te quiero! Por favor, ¡tienes que creerme! - le gritó mientras se levantaba del banco.


Pasó su manga por la mejilla, quitándole la humedad, y respiró profundo. A pesar de todo lo que le había dicho, sabía que si, en ese momento, hubiera corrido tras ella, la hubiera agarrado del brazo y la hubiera traído hacía sí mismo para besarla, habría caído rendida a sus pies. Con ese pensamiento en la mente, siguió caminando. En la calle solo se oían sus pasos. Nadie la estaba siguiendo. Él se quedó allí, parado, viendo escapar su destino, otra vez. Finalmente, ella pasó por una ventana y, mirándose, le dedicó a su reflejo una melancólica sonrisa. Sabía que había tomado la decisión correcta...

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