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sábado, 18 de enero de 2014

Un baño relajante (relato erótico)

El sonido de la ducha captó su atención y no pudo reprimir el impulso de asomarse al baño. Con la puerta entreabierta y la mitad del rostro fisgando tras ella, fijó la mirada en la figura femenina situada bajo el grifo que, inocentemente, había dejado sin cubrir con la cortina la mitad de su cuerpo. Con las pupilas dilatadas y la bragueta contraída, seguía con el ojo esa mano que bajaba hasta los pies y los enjabonaba, después subía a los tobillos, a los gemelos, despacio, casi a cámara lenta, al mismo ritmo al que él se estaba desnudando. Los pantalones iban bajando y la esponja subiendo. La camiseta se rendía al suelo. El agua tibia se derramaba por su cuerpo, desvistiéndolo del jabón que lo cubría. La erección ante aquella estampa tan descarada y sutil, a la vez, era inevitable. Se desprendió finalmente de los calzoncillos que le aprisionaban el miembro viril y cuya curiosidad se manifestaba en los intentos por echar un vistazo también tras esa puerta misteriosa. Gotas suicidas se precipitaban por sus senos, saltando al vacío desde los pezones. Sin darse cuenta, tenía la mano en el pene y lo estaba tocando lentamente. Ella pasaba la mano por las curvas de su cuerpo para dejarlo perfectamente impoluto. Cogió el albornoz y salió de la ducha, dirigiéndose hacia el espejo, situado en frente de la puerta. De pronto, apareció tras ella un hombre desnudo que penetraba su mirada a través del espejo y que se iba acercando sigilosamente hacia ella. Perpleja ante aquella situación inesperada, se limitaba a observar la escena en el reflejo. Unas manos masculinas agarraban el filo de su albornoz, dejando al descubierto sus hombros y cayendo después por la espalda hasta alcanzar el suelo. Con la polla entre sus labios inferiores, deslizándose húmeda y firme, y las manos agarrando con fuerza sus pechos, recorría su cuello, hombros y espalda con suaves besos y mordiscos. Una de las manos bajaba por su vientre hasta el clítoris, cuyo roce le provocaba una agitación de la respiración inmensurable. Se estaba derritiendo en sus dedos. Él lo sabía y se excitaba más aún. El vapor de la ducha se juntaba con el calor de sus cuerpos y empañaba el espejo, apenas se podían ver con precisión. Soltó su pecho y pasó el antebrazo por el cristal; necesitaba ver su cara cuando la estuviera follando. 
 

Acercó la boca a su oído y le susurró cómo se lo iba a hacer, muy despacio, suave y brusco a la vez, para dejar que las palabras retumbaran en su subconsciente y la hicieran palpitar. Primero lo imaginaría y luego lo viviría. Segundos después estaba notando cómo se adentraba en ella hasta llegar al fondo. Su expresión era un poema. Moviendo su cintura, recorriendo su interior, provocando el movimiento incontrolado de sus pechos. Ella jadeaba mirándole fijamente al espejo. El objetivo era que jamás pudiera borrar de su mente esa mirada, la cual tenía que invadir su pensamiento cuando estuviera solo y, también, cuando estuviera con otras. Ese hombre la estaba poseyendo frente al lavado y estaba a punto de correrse. La excitación rozaba su límite. Se sentía tan limpia y tan sucia a la vez... Gozaba con esa sensación. Al fin un gemido retumbó en el silencio de aquel cuarto de baño y, a continuación, un gruñido placentero al eyacular sobre su cachete. Ambos cuerpos se hallaban sobreexcitados, sudorosos, jadeantes, sofocados y abatidos, intentando apagar el fuego que se había desatado en ellos minutos atrás. 

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