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viernes, 13 de febrero de 2015

Escribir sin que duela

Paso delante de ti
y te giras al instante,
lanzándole un guiño al pasado.
Sonrío para mis adentros
y continúo como si nada,
como si el mérito fuera mío.

Miro de reojo hacia atrás
y me silbas, haciéndote notar.
Me alejo riéndome.

Desde lejos se oye tu saludo,
pero no cambio de dirección.
Sigo adelante,
con la certeza de que nunca te irás.

Te quedas clavado en la esquina.
Sigo recto, con la esperanza de que resistas,
de que no te me arranques del pecho
con un adiós sordo.

De camino a casa, sigo pensándote,
y me pregunto si debiera odiarte
porque durante un largo tiempo
no hubo cura a la enfermedad que contagias,
esa de hacerte querer fácil.

Abro la puerta, dejo la mochila
y la superación viene a abrazarme.

Entiendo que estas nostalgias
son fruto de tus caprichos de profesor,
de tus maneras de hacerme aprender.

Me siento en el sofá
y abro el libro por la lección
donde te dejé: "Escribir sin que duela".

Papel, bolígrafo y una última mirada,
por la ventana, a la esquina.
Clavas tus pupilas en mí,
obligándome a correr la cortina,
pues a los recuerdos como tú
hay que darles el espacio
y el tiempo adecuados
para que te toquen,
sin llegar a hacerte daño. 

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