hasta detenerte frente a la puerta del dormitorio
donde el amor nos hacía,
y me regalabas la peor de las muertes.
Tu decepción se extendía hasta mi pecho
y me estrujaba las entrañas.
El mar se te vaciaba de los ojos,
y me ahogabas en tu rechazo.
Tu cabeza negaba mi rostro
y éste se daba de cabezazos contra la pared.
Seguías tu rumbo,
navengando a media ilusión.
Yo perseguía tu estela a nado,
pero por más que mi perdón corría,
nunca le tiraste aquel beso
nunca le tiraste aquel beso
que nos salvara la vida.
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