Fueron demasiadas las
nubes que se calzaron de gris cuando los recuerdos se le enredaban en el pelo.
Pero un día cargaba con todos los traumas cuesta abajo y en un despiste, el
manillar dio un quiebro seco, haciéndola volar por los aires. Cuando abrió los
ojos, unas paredes blancas la rodeaban. Miró extrañada hacia los lados hasta
chocar con la bata del doctor. Varias preguntas después, la dejaron regresar a
casa, esta vez en autobús. Con el paso de los días se iba sintiendo extraña,
así como feliz. Ya no había penas a las que dedicar insomnios, ni
tristeza a la que bañar.
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