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domingo, 11 de mayo de 2014

La noche que lloré semen

Aquella noche apagué las luces, raro en mí pues ya sabes que me encanta hacerlo con la mayor claridad posible para verte entera, desnuda para mí, pero tú no estabas allí esa vez. Aquella noche cada beso era una lágrima y cada mordisco un pinchazo, los lametones no curaban las heridas de mi piel. Sus piernas abiertas me abrían en canal. El cuerpo apenas me respondía. Me limitaba a dejarme llevar por esa cintura fogosa que por más que cabalgaba encima de mí era incapaz de hacerme disfrutar la mitad de lo que conseguías con tan solo deslizar el índice por mi mejilla. Aquella noche los azotes en esa presencia eran reflejo de la rabia a tu ausencia. Aquella noche mis jadeos eran agonía y no placer. Aquella noche las manos no entrelazaban bien y los cuerpos no encajaban como los nuestros, como piezas del puzzle perfecto. Aquella noche decidí ponerla de espaldas a mí porque quería correrme para poner fin a ese mal polvo que nunca debí echar, y si al mirarla no veía tu rostro me vendría abajo. Aquella noche terminé casi antes de empezar. Aquella noche por primera vez lloré semen y me prometí que sería la última vez que lo haría. 

Aquella noche se quedó en mi cama, mi brazo frío la rodeó por la cintura hasta que se durmió. Me levanté y desnudo fui a la ducha pues necesitaba desprenderme de esos olores no-tuyos que me provocaban náuseas. Me sequé y fui al dormitorio. Me apoyé en el marco de la puerta y vislumbré su cuerpo en la oscuridad de esas cuatro paredes que carecían de luz si tú no estabas entre ellas. Me vestí y bajé a la calle pues necesitaba salir al encuentro con tu huida. Y con tu vacío me sentí más lleno que con mi vacío por llenarla.

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