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domingo, 30 de marzo de 2014

Adicciones

Si tuviera que declararme adicta a algo sería a las primeras veces. El primer momento en que conoces a alguien, el primer saludo, la primera mirada, la primera sonrisa, la primera conversación, la primera despedida... Adicta, sobre todo, en el plano íntimo. Cuando acaricias por primera vez a alguien, cuando hueles su colonia, cuando le susurras, cuando le miras, cuando le besas y después de esto le vuelves a mirar y, en apenas unos segundos, ya han cambiado vuestras pupilas y la mirada pasa a ser otra. Nueva fase y otra vez las primeras veces. Me maravilla experimentar, probar, sentir, expresar, descubrir... La vida no es más que un conjunto de experiencias, por eso, cuanto más experimento más viva me siento. Quizá a lo que soy realmente adicta es a la vida o, mejor aún, a la sensación de sentirme viva. Sí, seguramente sea eso. Tal vez esa necesidad surja del pavor a la muerte. Tan solo de pensar que el día menos pensado podría desaparecer del mundo y que después no habría nada más quedando tanto por hacer... Si hay algo característico mío es que siempre me falta tiempo. La vida es muy corta y está mal estructurada. Es probable que por este pensamiento arraigado no me gusten las situaciones en las que siento que mi vida está en peligro. Cada día me siento afortunada por estar viva, por eso no pierdo mucho el tiempo en llantos ni en enfados, no merecen la pena. Tengo mis días tristes como todos, pero de ahí a pasarme la vida como un alma en pena o amargada o quejándome de todo, hay un trecho. Supongo que cuando tomas conciencia de la brevedad de los días empiezas a dar valor a las cosas realmente importantes.


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