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martes, 27 de agosto de 2013

Un anhelo constante

Algo puntual hace que la indiferencia se convierta en casi una obsesión. Él te elige entre la multitud y tú le eliges a él. De pronto os miráis como nunca y para siempre, de una forma especial; te das cuenta de que nada será igual. Algo se acciona dentro de ti, sabiendo que jamás te volverás a comportar con él de forma neutral. Te ha marcado. Fuerte. Rápido. Profundo. Casi sin querer, pero con la mayor de las intenciones. Surge la magia. La impulsividad y la paciencia, el riesgo y la prudencia, las ganas y el miedo, el deseo y el pavor, la seguridad y el temor, se compenetran como el día y la noche, como la luz y la oscuridad, como el fuego y el hielo, como el sol y la luna, como el cielo y el infierno. Todo cobra sentido cuando vuestras miradas se cruzan guidas por el deseo de encontrar lo que os hace feliz. Esa persona que consigue sacarte de golpe de la rutina, guiándote por el sendero de la curiosidad hasta el abismo de lo prohibido, de aquello que no está bien. Error. Mayor atracción aún. Lo deseas más que nunca. No sabes si te pone más su figura real o la idea abstracta de que no puedes poseerlo por mucho que quieras, por mucho que él quiera. Y el juego se empieza a hacer peligroso. La confusión, las dudas, el temor y la inseguridad se mezclan para intentar poner fin a algo que quizá nunca debió empezar. Pero hay algo entre los dos que no se puede frenar. Algo imparable os empuja a buscaros como si no hubiera mañana. Y el momento se hace íntimo. El entorno y el ambiente son los idóneos para la ocasión. El acercamiento inofensivo, el cariño manifiesto, las miradas declarativas, las sonrisas juguetonas y la palabrería intencionada os llevan a estar cerca el uno del otro. Muy cerca. Un poco más. A escasos centímetros de distancia. Y de nuevo el recuerdo de ese algo. Otra vez la maldita barrera que impide sobrepasar el límite. Os dais cuenta. Unos segundos dubitativos tras los que las miradas chispeantes se apagan hasta quedar fijadas en el suelo. Obligados y disimulando, os separáis sin apenas hacer ruido. Entonces os despedís, sin hablar, pues no os hace falta el lenguaje verbal para entenderos. Solo os miráis. Fijamente. Socabando el alma y descifrándola con facilidad. La puerta se cierra. Él, dentro, apoyado en ella. Tú, fuera, dejada caer sobre la misma. Un suspiro doble. Un pensamiento mutuo. Una resignación duradera. Una nostalgia eterna...



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