Me sorprendió una
pesadilla de madrugada.
Una voz me hablaba
desde dentro
pero no lograba
escucharla.
Entonces quise
contestarle,
pero mis músculos
dormidos eran incapaces
y solo lloraba.
Alguien al otro lado
empezaba a amoratarse
porque se aguantaba el aire
y hasta el último
momento no lo soltaba.
“Mírame” –repetía- y mis
párpados aunque querían
no se cerraban.
Cogía la cuerda entre
sus manos
la acariciaba con mimo
y cuidado
y de repente estiraba
y la soga se alargaba
y las piernas colgaban
hasta descolgar el
cuerpo del banco.
Y yo, que quería
ayudarle,
intentaba soltarle,
pero más fuerte se
apretaba
y me maldecía porque no
le daba
la ayuda que
necesitaba.
Forcejeamos durante
unos segundos
mis dedos contra los
suyos
mi tronco contra el
suyo
y volvió a la vida
aunque moribundo.
Me dijo que lo sentía,
pero al poco rato se
escabullía
y miraba la cuerda y
temblando
subía y me buscaba
deseando
que le pidiera que no
lo hiciera
pero entonces era tarde
y saltaba y anudaba y
colgaba
y pedía auxilio ante mi
cara
y mis ojos rogaban y
ante mi rostro
soltaba y sus pies de
puntillas aguantaban.
“Ayúdame” –gritaba a
pleno pulmón-
pero mi corazón cansado
de tanto llanto provocado
salió por la puerta
dando un portazo
y le dejó solo
sollozando.
Apenas unos segundos
después,
sus dedos tocaron el
banco, sajó el arnés,
descolgó la cuerda y la
tiró por el tejado.
Con el telón bajado,
¿de qué sirve el
espectáculo?
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